Entre cartas, poemas y cuentos

Noble desengaño

Luis de Góngora y Argote

Noble desengaño,

Gracias doy al cielo

Que rompiste el lazo

Que me tenía preso.

Por tan gran milagro

Colgaré en tu templo

Las graves cadenas

De mis graves yerros.

Las fuertes coyundas

Del yugo de acero,

Que con tu favor

Sacudí del cuello,

Las húmidas velas

Y los rotos remos

Que escapé del mar

Y ofrecí en el puerto,

Ya de tus paredes

Serán ornamento,

Gloria de tu nombre,

Y de Amor descuento.

Y así, pues que triunfas

Del rapaz arquero,

Tiren de tu carro

Y sean tu trofeo

Locas esperanzas,

Vanos pensamientos,

Pasos esparcidos,

Livianos deseos,

Rabiosos cuidados,

Ponzoñosos celos,

Infernales glorias,

Gloriosos infiernos.

Compóngante himnos,

Y digan sus versos

Que libras cautivos

Y das vista a ciegos.

Ante tu deidad

Hónrense mil fuegos

Del sudor precioso

Del árbol sabeo.

Pero ¿quién me mete

En cosas de seso,

Y en hablar de veras

En aquestos tiempos,

Donde el que más trata

De burlas y juegos,

Ese es quien se viste

Más a lo moderno?

Ingrata señora

De tus aposentos,

Más dulce y sabrosa

Que nabo en Adviento,

Aplícame un rato

El oído atento,

Que quiero hacer auto

De mis devaneos.

¡Qué de noches frías

Que me tuvo el hielo

Tal, que por esquina

Me juzgó tu perro,

Y alzando la pierna,

Con gentil denuedo,

Me argentó de plata

Los zapatos negros!

¡Qué de noches de éstas,

Señora, me acuerdo

Que andando a buscar

Chinas por el suelo,

Para hacer la seña

Por el agujero,

Al tomar la china

Me ensucié los dedos!

¡Qué de días anduve

Cargado de acero

Con harto trabajo,

Porque estaba enfermo!

Como estaba flaco

Parecía cencerro:

Hierro por de fuera,

Por de dentro hueso.

¡Qué de meses y años

Que viví muriendo

En la Peña Pobre

Sin ser Beltenebros,

Donde me acaeció

Mil días enteros

No comer sino uñas,

Haciendo sonetos!

¡Qué de necedades

Escribí en mil pliegos,

Que las ríes tú ahora,

Y yo las confieso!

Aunque las tuvimos

Ambos, en un tiempo,

Yo por discreciones

Y tú por requiebros.

¡Qué de medias noches

Canté en mi instrumento:

«Socorred, señora,

Con agua a mi fuego!»

Donde, aunque tú no

Socorriste luego,

Socorrió el vecino

Con un gran caldero.

Adiós, mi señora,

Porque me es tu gesto

Chimenea en verano

Y nieve en invierno,

Y el bazo me tienes

De guijarros lleno,

Porque creo que bastan

Seis años de necio.

ARGENPRESS.

 
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