A 85 años del nacimiento de

Ana Franck

Heberto Arduz Ruiz


Ana Frank nace en la ciudad de Frankfurt-Alemania, en fecha 12 de junio de 1929, cuando nada hacía presentir el tiempo de violencia y lucha fratricida que se desencadenaría una década después. Adolfo Hitler asume el poder y empieza a perseguir a los judíos, hecho ante el cual los padres de Ana y de su hermana mayor Margot, resuelven trasladarse a Amsterdan, población que en ese momento ofrece seguridad y garantías para el trabajo.

En 1939 estalla la Segunda Guerra Mundial y un año después el ejército alemán invade Holanda, el lugar elegido por Otto Heinrich Frank y su esposa Edith. La política antisemita del régimen limita cada vez más con creciente rigor la vida de los judíos; por lo que los Frank, ante una citación de la policía secreta, dejan su vivienda y se refugian en habitaciones traseras y aisladas en un inmueble donde el jefe de familia, como accionista de una firma, tiene oficinas comerciales.

A Ana su padre le obsequia una agenda en la que esta adolescente de trece años de edad relata las vicisitudes de su existencia y las penalidades que habría de sufrir su familia y los judíos en general durante la conmoción bélica, por causa de su origen. En esta especie de diario registra el nombre de Kitty, supuesta amiga, y escribe bajo la modalidad de cartas, constituyendo a la postre un valioso testimonio vital y un cuadro negro del nazismo que sembró de luto y dolor a la humanidad entera. El diario abarca del 12 de junio de 1942 -día de su cumpleaños y del regalo de la agenda- al 10 de agosto de 1944, vale decir poco más de dos años.

En una de las páginas del diario se lee: “Los judíos deben traer una cruz sobre su brazo para distinguirse, no deben usar bicicletas, no deben circular libremente, ni viajar en auto ni en privado, sólo de 3 a 5 de la tarde se harán las compras, entre las 8 de la noche y las 6 de la mañana no se podrá andar en la calle…”.

No obstante de la vigencia de semejan-tes normas, al evocar los años pasados en Amsterdan, la jovenniña autora cuenta que su vida era bendita, pues tenía admiradores en cada esquina, una veintena de amigas y era la favorita de sus profesores. “Yo era un flirt incorregible, coqueta y divertida”, apunta. Pero tras la monotonía de su encierro y de las mil limitaciones que la vida le impone, se pregunta: ¿Qué queda de aquella muchacha? Ahora miro las co-sas de frente y estudio, “aquel periodo de mi vida acabó irrevocablemente. Los años de escuela, su tranquilidad y su despreo-cupación, nunca más volverán”.

Acerca de sus gustos refiere que antes jugaba ping-pong, tomaba helados con sus amigos y conversaba en clases, al extremo que un profesor le dio la tarea de desarrollar un trabajo titulado ‘La charlata-na’, que ella escribió en tres páginas para concluir en que la charla excesiva es un defecto femenino y hereditario, porque su madre conversa mucho; sus preferencias por la mitología griega y romana, la asigna-tura de historia y los libros prestados de la biblioteca, en fin, experiencias de una ado-lescente brillante y distinguida.

Ahora todo cambió. Nada es igual. En una de las cartas de su diario expresa: “Jamás las personas libres podrían conce-bir lo que los libros significan para las per-sonas escondidas. Libros, más libros y la radio…Eso es toda nuestra distracción”. El torbellino de transformaciones externas e internas en la existencia de la joven, se hacen patentes en las expresiones que vierte: “Cuando leo un libro que me impre-siona, necesito hacer un gran esfuerzo de readaptación antes de ir a encontrarme de nuevo con los humanos”. El duro encierro en la ‘casa de atrás’ representó una muta-ción en su modo de vida y en su propia personalidad, en una de las etapas más importantes de la existencia: la adolescen-cia, periodo formativo y de transición en el ser humano. ¡Pobre chiquilla inteligente!

La joven escritora con premonición apunta: “Quiero seguir viviendo aún des-pués de mi muerte. Por eso doy gracias a Dios, quien, desde mi nacimiento, me dio una posibilidad: la de desarrollarme y es-cribir, es decir, la de expresar lo que suce-de en mí”.

La familia Frank y otros cuatro judíos que compartían el refugio, son delatados, puestos en arresto y condu-cidos al campo de concentra-ción de Auschwitz, en Polo-nia. Por esos extraños de- signios Ana y Margot son remitidas al campo de con-centración de Bergen-Bel-sen, Alemania, donde al cabo de siete meses ambas her-manas mueren al contagiar-se de tifus, ignorando que el sur de Holanda fue liberado.

La agenda de Ana fue en-contrada por un dependiente de su padre, único sobrevi-viente de la familia, en medio de trastos y objetos inservi-bles que quedaron luego de la requisa de los alemanes, en el escondite que habitaron por espacio de dos largos años a la sombra del imperio del terror. Otto Frank recibió el manuscrito con enorme emoción, él que semejaba un alma en pena por la pérdida de sus seres queridos y las atrocidades a que fuera sometido física y moralmente. Murió en 1980 luego de divulgar la obra de su hija menor, registrada cuando nació como An-nelies María Frank Hollander; habiéndose estimado en un millón y medio de niños que murieron durante el holocausto nazi.

El Diario de Ana Frank se publicó en 1947 en su primera edición y fue un nota-ble éxito de librería en todo el mundo al haber sido traducido a más de cincuenta idiomas y, en la actualidad, continúa des-pertando expectativa, por el hondo mensa-je que transmite sobre el horror de la gue-rra y de la barbarie a que conducen algunos gobernantes, sean de uno o de otro extremo, habría que acotar.

 
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