[Mario Alfonso Ibañez]

El dolor de la “madre tierra”


Con la finalidad de hacer marketing político en eventos internacionales y sin medir gastos del TGN, el Gobierno pone énfasis en dictar normas al mundo sobre el respeto y la veneración a “la madre tierra”, cuando dentro del país ella es lastimada y hasta tratada con total indiferencia por las esferas oficiales.

En el seno del Gobierno no se percibe que “la madre tierra” como parte de la naturaleza, necesita de la inteligencia, el esfuerzo y la mejor voluntad del ser humano a fin de proporcionar sustento y hábitat a multitudes poblacionales y en el caso de nuestro país, con mayor razón, dadas las ingentes potencialidades que existen en sus diferentes pisos ecológicos, como en muy pocos países del mundo.

La “madre tierra” o “Pachamama” como se la denomina en lenguaje aymara, no solo está en la parte occidental o zona altiplánica de Bolivia, sino está también en sus valles, yungas y llanos orientales con características diversas de clima y vocación productiva, lo que implica la adopción de estrategias sectoriales diseñadas bajo el patrón de un planificado sistema de recursos naturales.

La cruda realidad de las inundaciones que se produjeron el pasado año sobre extensas zonas del departamento del Beni y del Norte paceño, hasta causar estragos en sus áreas cultivables, destrucción de vivienda y cuantiosas pérdidas en la ganadería, parece que no han sido suficientes para motivar al Gobierno la urgente formación de una comisión técnica hidrogeológica que diagnostique las causas de estos desastres y proponer planes de contingencia a manera de evitar los trágicos resultados de la pasada gestión.

Subsiste la incógnita sobre si las causas se debieron al desborde de los ríos amazónicos o han sido el resultado de intensos trabajos hidroenergéticos que se realizan en las represas Jiraú y San Antonio, existentes en territorio brasileño, pero el Gobierno guarda silencio sepulcral para no comprometer las exportaciones de gas a dicho país.

Y qué decir de “la Pachamama” en las sub-regiones del Altiplano, donde aparentemente ella está dormida, pero en la realidad está amargada por no poder dar sus frutos dada la indiferencia no de sus moradores, sino de los gobiernos de turno. La erosión eólica producida por los vientos y la irradiación de rayos ultravioletas (solares) que producen la sequía, se constituyen en principales enemigos de las actividades agropecuarias en las sub-regiones de la parte andina. Existen datos que señalan que los mapas de erosión y desertización en Bolivia alcanzan aproximadamente a un 40% de nuestra superficie territorial y que una superficie de 437.501 kilómetros aproximadamente está en los departamentos de La Paz, Oruro y Potosí.

¿Será posible evitar estos graves problemas si tanto se anuncia en discursos, publicaciones oficiales y declaraciones en eventos internacionales el respeto a “la madre tierra”? La esperanza del pueblo boliviano y las experiencias científicas y tecnológicas adoptadas por otros países nos dicen que sí es posible revertir esta situación para evitar el llanto y el dolor de la “Pachamama”.

Sin desmerecer la capacidad de los técnicos del Gobierno en esta materia, sería interesante que ellos recojan, de alguna manera, las sugerencias que sobre el particular se encuentran en algunas publicaciones de EL DIARIO de fechas: 10/3/96, 6/10/96, 12/7//98, 26/9/2008, 10/10/2000, 7/11/2009 y las separatas “Bolivia Agropecuaria” del mismo órgano de prensa.

La “madre tierra” también está en el Chaco boliviano, donde la sequía es un duro castigo para ella. En este jirón de la Patria tradicionalmente abandonado por los gobiernos de turno, “la muerte visita todos los días las estancias ganaderas y las lluvias sirven sólo para mojar el polvo”. La sequía ha dado lugar en años anteriores a un intenso comercio del agua. En el 2012 se cobraba $us. 30 por perforar un pozo en Villamontes. En el 2013 subió a $us. 90. El negocio de los proveedores de agua en camiones cisterna aumentó de Bs. 900 a Bs. 1.300. La construcción de algunas plantas de agua se debe a la cooperación alemana y algunas ONGs. Otra idea es también rescatar agua del caudaloso río Pilcomayo, pero no hay apoyo estatal para trabajos de infraestructura.

Un hecho no menos grave también es la negligencia estatal para aplicar normas y regulaciones a las actividades mineras, particularmente de las cooperativas protegidas por el Gobierno, cuyos desechos tóxicos están motivando la degradación y la erosión de grandes sectores de “la madre tierra” con peligro para la vida y la salud de cientos de comunidades indígena-campesinas.

A esta altura de tan delicados problemas, tienen la palabra las autoridades respectivas del Gobierno para poner en práctica el respeto a “la madre tierra”, ya no en discursos dentro y fuera de Bolivia, sino en hechos concretos y practicables.

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