Inspección técnica vehicular: una experiencia de terror

Rolando Miranda

Como una antesala a Halloween, fiesta muy extendida en nuestro medio, escuché hace pocas semanas la estremecedora noticia de que se iniciaba la inspección técnica vehicular, trámite que anualmente se constituye en una experiencia terrorífica para muchos ciudadanos, debido a las filas interminables, largas horas de espera, desorganización, maltrato, ineficiencia y en muchos casos exacciones.

Sin embargo, este año sería diferente, la Policía Boliviana ofreció una inspección 2014 sin filas, anunciando que se implementaría un nuevo sistema de reserva vía Internet, fijando fecha y hora, con el fin de evitar los males que aquejan a este engorroso trámite.

Siguiendo el conocido refrán de “al mal paso darle prisa”, realicé mi reserva de día y hora conforme indicaba el nuevo procedimiento. En el día señalado me dirigí al punto de inspección con cierto optimismo, llegando 30 minutos antes de la hora, de acuerdo con la recomendación de la Policía.

Al llegar al punto de control pude observar una fila de más de 10 vehículos, aspecto que me llamó la atención porque se suponía que esto ya no debía suceder, e hizo que los fantasmas de experiencias pasadas rondaran intimidantes por mi cabeza; pese a esto decidí esperar y conceder el beneficio de la duda a la institución verde olivo, que no se caracteriza precisamente por iniciativas modernizadoras que tomen sus trámites más humanos, es decir, en los que se respete la dignidad, el tiempo y el dinero de los ciudadanos.

Al cabo de casi dos horas de espera y un lento avance me aproximé a los policías a cargo, quienes se encontraban rodeados por varios conductores visiblemente molestos.

Los policías me informaron que no tenían sistema, que éste se les había cortado varias veces durante el día por la saturación de información, y que esto había ocasionado el rezago y los inconvenientes. Incluso a varios conductores que ya habían cumplido con la inspección de sus vehículos y esperaban su roseta, les indicaron que sus datos no habían ingresado al sistema y que debían volver a realizar su reserva de día y hora.

Cuando les pedí una solución a este problema me dieron la típica respuesta de los uniformados: “cualquier reclamo a la Dirección Departamental”. Entonces me dirigí a la Dirección Departamental de Fiscalización y Recaudación de la Policía en busca de una solución institucional, ahí fui atendido por un capitán que trató de viabilizar una alternativa convocando al encargado de informática y al policía responsable de la inspección, a quien tuve que esperar una hora porque recién retornaba de la zona a su cargo.

Después de exponer lo sucedido, me indicaron que debía retornar al punto de inspección a las 5 de la tarde del día siguiente para cumplir con la revisión vehicular respectiva, lo que acepté confiando en que al fin concluiría este espeluznante episodio.

Al día siguiente, ya en el punto de control, me encontré con el mismo escenario dantesco, los uniformados con el ceño fruncido mirando su computadora portátil, varios conductores molestos esperando su roseta, muchos de los cuales habían estado conmigo el día anterior. Después de casi una hora de espera, los policías me manifestaron que no tenían sistema y que no podían habilitarme para realizar la inspección, y encogiendo los hombros me dijeron que debía realizar una nueva reserva de fecha y hora.

Mientras todo este circo ocurre anualmente, por la ciudad siguen circulando vehículos en deplorables condiciones técnicas, algunos con más de 50 años de antigüedad y protagonizando accidentes fatales, y la Policía sigue distribuyendo las rosetas de inspección como volantes a los sindicatos.

Hace nueve años que venimos escuchando en cientos de oportunidades que estamos inmersos en un proceso de cambio y de revolución cultural, pero esta retórica oficial altisonante está a una gran distancia del ámbito burocrático – institucional y de la praxis cotidiana, donde asuntos concretos, como el mal funcionamiento de la Policía y de otras fuerzas del orden público, como juzgados y fiscalías, parecen importar muy poco a los gobernantes y a la mayoría de los ciudadanos. Y lo peor de todo es que muchos, sobre todo los paceños, soportamos este tipo de trámites pésimamente diseñados, como si fueran algo totalmente natural y no pudieran ser modificados por la racionalidad humana.

Al final de esta macabra experiencia realicé el recuento de los daños: 2 tardes perdidas, 4 horas de espera, 1 hígado inflamado y ninguna roseta de inspección.

El autor es abogado.

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