[Jaime Martínez]

La Alasita y su tradición


La tradición ha escrito un calendario de costumbres y de ritos que llenan de colorido los días de La Paz. Puntualmente toca las puertas del tiempo, y los habitantes de Chuquiago Marka las abren para dar salida a la leyenda, a la esperanza, a la fiesta, a la vida que se va envuelta en su traje de tiempos añejos; al salir se encuentra con la vida que llega engalanada en su traje de progreso. Las dos se miran, se envidian; mas, como buenas hermanas, comparten ese instante, cediendo cada una parte de su hálito vital. La urbe recupera el ayer, lo junta al presente, lo llena de nueva esperanza, porque la vida es renovación de los sueños jamás alcanzados, ya que los anhelos son aire que se oscurece al toque de la realidad, y se desintegra en partículas de nada; sin embargo, ¡oh milagro del misterio!, la vida los rehace, les inyecta nueva fe en las capacidades del ser humano, y los devuelve al hombre. Del encuentro del ayer con el hoy surge la Alasita, y todo el conjunto de costumbres de esta oh linda La Paz que, con ese material, se ha construido espiritualmente como una de las diez ciudades maravilla del mundo.

Llega el día de la esperanza: el 24 e enero; fiesta de las miniaturas modeladas en barro, como lo fue el cuerpo del hombre en manos del génesis de la vida y de la historia. Los artesanos han trabajado más con la imaginación que con las manos, y sacan las “illas”, la magia de la esperanza que ha de convertir en realidad tangible a las casitas de yeso, a los camioncitos de hojalata, a los pequeños saquitos de azúcar, arroz, trigo y cuanto alimento necesita el cuerpo humano; y ante la complacida mirada del regordete Ekeko, los pone ante los ojos de las personas, que se aprestan a estrenar una nueva ilusión, aquella que ha ido madurando en el año al calor de conversaciones, proyectos, promesas y cuanto material intangible teje el contenido de la vida del hombre sobre el tiempo. Las gentes van y vienen, esperan ansiosas las doce del día. Al llegar el momento del encuentro de la esperanza con la fe, se precipitan y compran dólares, euros o bolivianos; adquieren la casita de su futuro, la seguridad de sus alimentos, sus ansiados títulos de profesional con los cuales, sus conocimientos y trabajo han de abrirse un futuro de bienestar. El incienso se levanta de los braseros, las campanillas suenan en las manos de la devota entrega a la esperanza que, ese día camina, como nunca, por calles y plazas.

La fiesta de la Alasita, dicen los que saben, viene de los tiempos del mito, cuando los dioses poblaban el mundo con las fuerzas de la naturaleza recién ordenada. Entonces, Tunupa, el dios que se enseñorea del rayo, el que domina la tierra, el agua y el viento, levantó el mundo donde los elementos naturales se equilibran entre sí; y el hombre comenzó a trabajar, a sufrir, a pelear. Entonces, Tunupa, el dios bueno, sembró la esperanza entre los peregrinos que iban a recorrer los caminos del tiempo y del espacio para que su recorrido no fuera muy pesado. Al verlos hambrientos se transmutó en Ekeko, y los socorría con alimentos.

Un día, la ira india se hizo rebelión en el pututu de Tupaj Katari. La enemistad volvió a cabalgar por los caminos de la historia, puso cerco a La Paz, la llenó de hambre, enfermedad y muerte. Mas, en todo cerco siempre hay un resquicio de esperanza: Una joven casadera, fiel, tanto a su pueblo como a la familia a la cual servía, informaba de los planes de defensa de los blancos al joven indio de sus amores, quien los llevaba a oídos del caudillo aymara. El joven retribuía la información con alimentos, y la familia y sus vecinos pudieron sobrevivir al compartirlos. Acabado el cerco, los paceños vieron en la figura del joven indio el rostro de Ekeko, y, en agradecimiento lo modelaron con la cara de Santiago, dicen unos, de Segurola, dicen otros. De esta manera ha nacido la imagen del actual Ekeko, que deambula con su cargamento de bienes por La Paz.

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