[Luis Antezana]

El principio del fin o el fin del principio


Saliendo de la apreciación que declara que las descripciones y análisis concretos y empíricos, numéricos y estadísticos, son las únicas fuentes para conocer aspectos sociales y que, a la vez, niega el valor del conocimiento y de las deducciones lógicas, se hace preciso realizar una observación un poco más profunda sobre las elecciones locales del último domingo, de tal forma de obtener una orientación adecuada.

En primer lugar, el éxito de la elección de autoridades locales por la oposición fue producto de los sectores urbanos del país. La participación de sectores rurales fue insignificante y su peso específico de mínima importancia. En ese sentido, se puede observar que gran proporción del sector social pensante del país no está de acuerdo con el régimen actual y sigue buscando un cambio hacia el futuro, ya que las ofertas realizadas no dieron buen resultado, excepto cierto desarrollismo sin proyección al futuro y saturado de agudos problemas, entre ellos la corrupción, a la cual el presidente Evo Morales echó toda la culpa, aunque esa afirmación se parece a la sentencia que dice “El cojo le echa la culpa al empedrado”.

La derrota del tolderío gobernante se debe en general a su equivocada política basada en la ideología populista que, además de su carácter utópico, es antinacional, antidemocrática y contraria a los intereses de las clases media, obrera y campesina, pues si bien sus grandes intereses fueron satisfechos hace años, se dejó en el olvido otros de tipo específico, por más campañas propagandísticas que se les quiso dar y que fueron hojas al viento.

La elección del domingo fue ganada por los sectores sociales de las principales ciudades, pues no son los campesinos los que arrastran a las ciudades, sino al revés. En particular, la victoria fue contundente en la ciudad de La Paz, cuyo pueblo orienta no sólo intereses locales, sino señala la política de todo el país. Es, como siempre, el faro que orienta el desarrollo histórico de Bolivia y, como decía Napoleón (después de la prisión de la Isla Elba y en marcha hacia el interior de Francia), “Caído París, caída Francia”, sentencia que bien puede aplicarse en nuestro caso, o sea “Caída La Paz, caída Bolivia”, actitud postergada hasta el presente de acuerdo con la dinámica de la política boliviana, pero que llegaría de forma inevitable.

Los ciclos históricos en los que se desenvuelve nuestra realidad no sólo se parecen en la forma, sino también en el fondo, por lo que nuevamente se constata que a un ascenso social vertiginoso y arrollador, basado en ofertas falsas, le sigue un derrumbe estrepitoso, en particular por perder la perspectiva histórica y caer en la trampa que pronostica que “los dioses ciegan a los hombres cuando quieren perderlos”, hecho que no fue difícil de observar en la cúpula gerencial del Estado y que admitió la amarga derrota.

En todo caso, el ciclo histórico empezado el 2003 está concluido y la cuestión ya no está en esperar su colapso final, sino si el nuevo ciclo que se avecina podrá romper el movimiento circular de nuestro acontecer y sustituirlo por una espiral que se abre indefinidamente, aspecto que corresponde a nuevas generaciones de políticos que miran hacia adentro de nuestra realidad y no hacia utopías y fantasías ideológicas populistas.

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