Torturan animales para curar males

Experto advierte el riesgo de optar por una práctica que no fue científicamente comprobada.


Animales de diferentes especies son sacrificados en la medicina tradicional.

La medicina tradicional es reconocida y difundida por quienes dicen haber sido curados de diferentes males o enfermedades raras, que la medicina “moderna” no pudo diagnosticar ni sanar. Su vigencia se mantiene por los testimonios que son difundidos de boca en boca, por personas que incluso no comparten las prácticas culturales ancestrales. Un experto advierte el riesgo de optar por una práctica que no fue científicamente comprobada.

Quirquinchos disecados son quemados como parte de ofrendas rituales a las deidades o dioses tutelares de las montañas. Camioneros y comerciantes realizan sus peticiones en las carreteras para evitar sufrir desgracias porque para ellos este animalito simboliza la protección.

Bajo esta misma creencia, el quirquincho es desmembrado en cuatro partes para luego ser enterrado en los cimientos de grandes edificios.

En algunos grupos de la cultura popular andina se dice que el quirquincho protegerá la construcción de cualquier siniestro.

Según la explicación del jefe de la Unidad de Medicina Ancestral del Servicio Departamental de Salud, Jesús Gómez, la presencia del quirquincho tiene un sentido estrictamente terapéutico ancestral. Aclara que el quirquincho puede acompañar algunas ceremonias rituales, pero no debe ser quemado, como erróneamente lo hacen algunas personas.

Según el “Libro Rojo de la fauna silvestre de vertebrados en Bolivia” esta especie (Chaetophractus nationi) se encuentra en la categoría “en peligro de extinción”.

MURCIÉLAGO

En torno a este animal existen creencias que ponen en peligro a varias especies. El director del Centro de Biodiversidad y Genética de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS), Luis Fernando Aguirre, señala que en comunidades andinas, y ahora en tierras bajas, su sangre es considerada un “santo remedio” para las personas que padecen de epilepsia.

Michael F., sastre de oficio, cuenta que hace 10 años, por sus fuertes y recurrentes ataques epilépticos -uno cada semana-, recurrió a las vendedoras en La Pampa, quienes le ofrecieron traer un murciélago vivo.

Así lo hicieron, y con la ayuda de su madre, cortaron el cuello del murciélago para, de inmediato, beber la sangre fresca. “Los ataques desaparecieron, pero a los dos años me dio nuevamente. Volví a tomar la sangre de murciélago y desde entonces no he sabido más de los ataques”, asegura Michael.

Gabriela F., una vecina de Sipe Sipe, cuenta que una práctica similar se realiza en los valles cochabambinos, pero con la jurk’uta, un ave similar a una paloma pequeña.

“No nos explicamos cómo, pero sólo después de haberle dado de beber la sangre de la jurk’utita, mi nieto dejó de tener sus ataques”, expresa.

Aguirre, de la UMSS, explica que otra forma de utilizar el murciélago muerto es retostarlo en una sartén para luego preparar una infusión y dársela de beber a la persona enferma.

RIESGOS

Acota que no hay un estudio científico que atribuya la curación de enfermedades a este tipo de prácticas, y por el contrario hay el riesgo de que las personas puedan contraer alguna enfermedad por los virus o patógenos del animal.

Otro riesgo es para la biodiversidad y la humanidad, ya que se agrede a una especie encargada del control biológico de plagas y enfermedades. Estos animales se alimentan principalmente de insectos relativamente grandes y duros.

Debido a la pérdida de su hábitat -por chaqueos y la caza- doce especies de murciélagos figuran en el Libro Rojo de la fauna silvestre, de las cuales cinco están en la categoría “vulnerable” y uno en la de “peligro de extinción”.

Una de estas especies es el murciélago Nariz de Espada de Tormez, una de las más raras del mundo. Después de 74 años sólo se ha visto una guarida de estos animales en San Matías, Santa Cruz. El lugar fue declarado “Santuario municipal ecológico San Juan del Corralito”.

Daniel Z.C. cuenta su experiencia, cuando un curandero lo habría librado de una enfermedad conocida popularmente como “susto”. “El señor agarró un k’ita qowi (conejo silvestre) y le abrió su vientre aún estando vivo; de inmediato lo puso sobre mi barriga y me envolvió con una bayeta. Me asusté un poco porque sentía cómo el animal rascaba y rascaba mi panza hasta que finalmente murió”, relata Daniel.

La práctica fue acompañada de una serie de rituales y, según la explicación que él recibió, al rascar su vientre el pequeño animal se llevó consigo “el susto” que lo aquejaba.

(Esta información fue tomada de una publicación de Opinión.com)

 
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