[Harold Olmos]

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Con miedo de la felicidad


Los índices excluyen un optimismo inmediato y las recomendaciones son claras: hay que prepararse para un empeoramiento y la recomendación más sensata es abrocharse los cinturones. Resta por comprobarse si también en la economía se aplica la sentencia fatal de Richard Nixon: Como le vaya a Brasil así le irá a América Latina (diciembre, 1971, en un brindis para el militar dictador brasileño que lo visitaba en la Casa Blanca).

La racha de malas noticias la encabezó el estado general de la economía de nuestro vecino gigante. El PIB decrecerá en 1,7%, porcentaje mayor al 1,5% previsto al comenzar el año. La diferencia de 0,02% representa algunos miles de millones de dólares respecto a los tres billones calculados para el PIB de Brasil, entre el sexto y séptimo del mundo. La señal más reciente de la contracción vino de la industria, que encogió un 6.3% en los primeros seis meses del año, declive que se refleja en una baja del 20% de la producción automovilística. El índice de la industria automotriz arrastra a todos los demás con valor tangible para la economía. Un elemento positivo (cada nubarrón tiene una orilla plateada) es la amplia difusión de estas noticias, que corren sin censura ni temores, y la ejecución de planes de una austeridad severa.

El impacto del fenómeno brasileño se siente en las zonas fronterizas a causa del valor del real, nunca tan débil desde finales de 2002, cuando Lula se preparaba para asumir el gobierno “sin miedo de ser feliz” (el grito de combate del Partido de los Trabajadores) y la ansiedad dominaba los mercados financieros.

Hace pocos días, el kilo de pollo brasileño llegó a costar cinco bolivianos en los friales de Puerto Quijarro, mientras cundía la angustia entre los avicultores cruceños que con 9-10 bolivianos el kilo no podían competir. Ese valor era la mitad del año anterior. Entonces y ahora, la moneda boliviana gozaba de un prestigio con pocos paralelos pero cada vez más asfixiante para los productores nacionales. En estos tiempos, es palpable el poder de compra de la divisa nacional, pero allende las fronteras. Con el equivalente a 100 dólares se compra más fuera de Bolivia que lo que compran 685 bolivianos.

La variedad de manifestaciones refleja el fenómeno de “la gateadora”, descrito a comienzos de año por el ex prefecto cruceño Rolando Aróstegui, cuando en los llanos el agua avanza indetenible. Su alcance luce continental. (En Venezuela, dos bolivianos sobran para llenar un tanque de 40 litros de gasolina, resultado del laberinto en el que se encuentra el vecino país.)

En nuestro medio, muchos encogen los hombros en señal de “a mí no me toca¨, pese a que perciben que “la gateadora” cobra un ritmo peligroso. Ejemplos que avalan esa figura son los conflictos de Potosí y la inquietud de las regiones indígenas ante la apertura a la exploración y explotación petrolera de áreas naturales que consideraban intangibles.

Con Lula investigado dentro de uno de los mayores escándalos de la historia sudamericana, muchos brasileños se preguntan estos días si valió la pena aventurarse sin miedo en busca de una felicidad que, al menos fuera del paraíso terrenal, luce demasiado escurridiza.

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