[José Alberto Diez de Medina]

Yungay: el desastre y la traición


En 1836, después del envío de dos ministros plenipotenciarios, el Mariscal Miller al Ecuador, y el doctor Casimiro Olañeta a Chile, el primero con éxito, y el segundo con un fracaso rotundo, ya que según el presidente Diego Portales era más la visita de un opositor al Mariscal Andrés de Santa Cruz, a quien calificó de cholo, la paz se dio, aunque no muy estable por las invasiones argentinas.

En 1839, pese a los pedidos de Santa Cruz, de continuar con una paz duradera, y más aún pese a la firma del tratado de Paucarpata con Chile, se reinició la guerra con este país.

El Gral. Manuel Bulnes y el Canciller Benito Lazo de Chile suscribieron un tratado militar con el Gral. peruano Agustín Gamarra, enemigo acérrimo de Bolivia y de la Confederación Perú-Boliviana, a fin de acabar definitivamente con las aspiraciones del Mariscal Santa Cruz.

El ejército chileno al mando del Gral. Bulnes inició la invasión al territorio confederado, ocupando la ciudad de Lima con un ejército de 6.000 hombres, bien pertrechados y equipados.

Santa Cruz reunió las fuerzas de la Confederación y ante su avance hacia la ciudad de Lima, abandonó ésta el Gral. Bulnes. El Mariscal Santa Cruz ingresó a Lima en medio de las aclamaciones del pueblo en general.

Las fuerzas confederadas lograron aislados triunfos con las avanzadas del ejército chileno en Chiquian, Haullan y Pan de Azúcar. Finalmente el grueso de las tropas chilenas avanzó hasta las cercanías de un lugar llamado Yungay, el 19 de enero de l839. Cerca de Yungay se encontraba el ejército confederado, cuyo comandante en jefe era el Gral. José de la Trinidad Morán. El ejército fue preparado para el ataque inmediato. Era un día de torrencial lluvia, las tropas chilenas se encontraban en el accionar de sus instalaciones.

Las tropas del ejército confederado se preparaban para el ataque, sin embargo el Gral. Morán fue sorprendido con la contraorden emitida por el Mariscal Santa Cruz, en sentido de atacar al día siguiente.

Morán, ya irascible, le dijo al Mariscal que el enemigo no estaba en condiciones aún de luchar, que era el momento preciso. Santa Cruz contestó: “Mañana, Morán, mañana”. Insistió el Gral. Morán, recibiendo la misma respuesta en tres oportunidades: “Mañana, Morán, mañana”.

En efecto, la batalla se libró al día siguiente, el 20 de enero de 1839, entre un ejército chileno fuerte y reforzado con 6.000 efectivos, y el ejército confederado con 4.050 hombres. Después de cuatro horas de heroica lucha, el ejército confederado fue derrotado.

Santa Cruz huyó hacia Lima, a fin de rehacer sus fuerzas dispersadas. Muchos fueron los prisioneros vejados, maltratados y fusilados, los generales Quiroz y Armaza fueron bárbaramente golpeados y estrangulados por las fuerzas chilenas, amén del resto de prisioneros.

Y se sucedieron las traiciones, el Gral. Velasco, Vicepresidente de Santa Cruz, envió una nota al gobierno chileno, agradeciendo a Bulnes por haber derrotado al “monstruo”; mantuvo a su División en Tupiza y proclamó la Restauración. Más tarde el pueblo boliviano le recordó su traición; el Canciller Casimiro Olañeta se apresuró en ofrecer sus servicio a la Restauración, incitando a levantamientos contra la Confederación en Santa Cruz, Potosí y Tarija.

El Gral. Ballivián con su División en Puno, al conocer el desastre de Yungay, se restituyó a La Paz.

Cual fue la causa de la derrota:

En primer lugar la tozudez del Mariscal Santa Cruz, “mañana Morán, mañana”. Hasta hoy es conocida la cueca marinera “mañana Morán, mañana”. Esa contra orden mermó la fuerza del ejército boliviano.

Los mejores generales no estuvieron presentes: Otto Felipe Braun no se encontraba en Yungay, menos el Gral. Burdett O’Connor, postrado en cama en Tarija, producto de una enfermedad; el Gral. Ballivián no acudió con su División acantonada en Puno. Hubo otras defecciones militares.

Solo una voz se levantó, reconociendo la valía del Mariscal Santa Cruz: la del heroico guerrero Burdett O’Connor:

“Me hallaba en Tarija, cuando llegó la funesta noticia de la derrota de Yungay y la defección de Velasco. Aquí maldije mi mala suerte de haber enfermado y ser relevado por Velasco; yo no me hubiera pronunciado como él lo hizo contra Santa Cruz, sino que en el momento hubiera marchado al Norte, impuesto al ejército del centro, recibido al General Santa Cruz y a los derrotados, improvisado un nuevo ejército, y tal vez repuestas nuestras pérdidas contar con una victoria segura”.

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