Especial

Cuando Una Feminista entró en Playboy

Alexandra Lores


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La periodista Gloria Steinem reveló al mundo los trucos de las conejitas para conseguir aquella figura icónica, pero también sus duras condiciones de trabajo

En 1953, Hugh Hefner colocó la primera piedra de su imperio. Pero Playboy fue algo más que un proyecto personal, además fue una forma de vida -al menos para su fundador-; la factoría sexual lleva décadas vinculada con una estética reconocida en todo el mundo. Pero, aunque el uniforme de ‘conejita’ fue responsabilidad de Hefner -se inspiró en un diner al que iba durante sus años de universitario en Illinois-, las chicas que lo han lucido son las verdaderas creadoras de este ícono.

Pongámonos en contexto: en la década de los 60, en Estados Unidos, la revolución sexual era una realidad. Acababa de explotar la segunda ola del feminismo, y los medios de comunicación no dejaban de preguntarse qué ocurría realmente en aquella mansión. Pero, a los que estaban dentro de ella (o al menos manejaban sus hilos) también les interesaba lo que ocurría en las calles.

El editor de la revista Playboy se puso en contacto con la periodista feminista Susan Braudy para que escribiese un tema sobre el movimiento de liberación de las mujeres desde un punto de vista objetivo. “Estas mujeres tienen cosas muy importantes que decir, y quiero que nuestros lectores las escuchen”, le espetó Jim Goode a Braudy. Y cuando ella acudió a la mansión, se dio cuenta de que aquellas mujeres sabían más de aquel nuevo feminismo de lo que ella -y la gente- podría haber imaginado.

En 1966, la activista feminista Gloria Steinem también se acercó a uno de los clubs de Playboy en Nueva York para escribir A Bunny’s Tale, un ensayo que arrojaba luz sobre el traje de icónico, pero también sobre las condiciones de trabajo de las jóvenes, que servían copas durante horas, subidas encima de unos zapatos de tacón para sacarse algo de dinero.

En cuanto al físico, todas las chicas debían tener las piernas largas y estilizadas, y, obviamente, una cintura minúscula. “La estructura del corsé tendía a empujar toda la carne hacia los senos”, escribió Steinem. “Además, las conejitas rellenaban sus trajes con bolsas de plástico de limpieza en seco para conseguir más relleno. De hecho, las bolsas encabezaban una lista de materiales que se usaban para rellenar bustos como colas de conejo cortadas, Kleenex, calcetines de gimnasia y bufandas de seda”.

 
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