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[Floren Sanabria]

Ejecución del protomártir Murillo


Después que el alzamiento del 16 de julio de 1809 fuera sofocado, el brigadier José Manuel de Goyeneche ingresó triunfante a La Paz el 25 de octubre de 1809 y se dedicó a capturar a los revolucionarios y juzgarlos como reos de alta traición. Tramitando el correspondiente proceso, Goyeneche pidió de entrada la cabeza de Murillo y de otros patriotas.

Goyeneche cumplió su bárbara amenaza con ejecuciones que estremecieron a los habitantes de Chuquiago Marka. Murillo prestó declaración el 19 de noviembre de 1809, el 15 de enero nombró defensor al doctor Ignacio Tejada y agente a Mateo Gonzales y el 16 de enero de 1810 ratificó su instructiva.

Ofició de fiscal el teniente coronel Francisco Basagoitia que presentó su acusación el 18 de enero de este mismo año en los siguientes términos: “Murillo el primer reo de tan atroz delito en este asunto, logró al fin poner en ejecución sus inveterados y criminales proyectos que lo constituyen en la clase de autor singular de la insurrección. En este tiempo se desenvolvió y diseminó la semilla de su perversidad, no siendo extraño al fiscal que en tan horroroso monstruo supiere crimen de tan calificadas cualidades, si no se pierde la memoria que aún humea la sangre del asesino de Chuquisaca, las falsedades que cometió para titularse abogado y otra multiplicidad de frutos propios del que lo es de dañado... Tales delitos no tienen otra excepción que las últimas ocurrencias de haber escrito a Usia que entregara las armas a su disposición por un medio pacífico cuando ya en la raya del Desaguadero estaba perfectamente organizado el respetable ejército que debía establecer la paz. Pido se le castigue con el modo más vilipendioso”.

Los defensores Ramón Mariaca e Ignacio Tejada que presentaron la defensa el 19 de enero dicen de Murillo: “Escribió a Usia y al Gobernador Intendente de Potosí, noticiando el estado de cosas y ofreciendo la rendición y entrega de armas. Por eso sin duda no se apuró en expediciones, sino que se condujo lentamente para dar lugar a los auxilios con el Alcalde Yanguas embarazaron los destrozos que se anunciaba y aún desarmar al pueblo que no podía ceder de otro modo... La pena de presidio, destierro parece la más adecuada”.

El virrey de Río de la Plata, Baltazar Hidalgo de Cisneros, había ordenado a Goyeneche proceder contra los reos aplicándoles militarmente todo el rigor de la ley.

Goyeneche pronunció la sentencia el 26 de enero de 1810, condenándole, al igual que a los demás encausados, como reos de alta traición. “En su consecuencia, la condena fue, a la pena de horca a la que serán conducidos, arrastrados a la cola de una bestia de albarda, suspendidos por mano del verdugo, hasta que naturalmente hayan perdido la vida”.

Llegó el día del martirio y la crueldad, el 29 de enero de 1810. La Plaza Mayor presentaba horcas colocadas entre la capilla del Loreto y un tablado con todos los preparativos como los garrotes y látigos para la ejecución de los presos.

Los condenados escoltados por la guardia realista salieron en dirección al patíbulo. Murillo presidía la comitiva, sentado en un serón arrastrado por la cola de un asno que conducía el verdugo, un mulato llamado Andrés. Los sacerdotes de la Buena Muerte, Joaquín Zambrana, Manuel Pinedo y otros religiosos acompañaban a los patriotas. Murillo al subir el primer escalón del cadalso se irguió, echó atrás la capucha de la misericordia que entonces se acostumbraba poner a los condenados y con voz altiva dijo: ¡La tea que dejo encendida nadie la podrá apagar!

El 29 de enero de 1810 se consume la sentencia final con toda la barbarie que empleaba la Madre Patria en esos tiempos heroicos. Las nueve horcas significaban nueve nombres grabados en el corazón de todo buen americano. Los revolucionarios que sufrieron la pena máxima fueron: Murillo, Catacora, Bueno, Jiménez, Graneros, Figueroa, Jaén, Lanza y Sagárnaga, pasaron a la posteridad con el glorioso título de Protomártires de la Independencia Americana.

 
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