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[Ramiro H. Loza]

El comportamiento y lo popular


Diversos estudios analíticos presentan la personalidad de los estratos sociales y también lo hacen a través de investigaciones fácticas. Entre estos estudios alcanzan dimensiones reveladoras las conductas de lo que si bien se enfoca en la clase proletaria de un entorno social determinado --frecuentemente en comparación con la clase media--, mutatis mutandis bien pueden aplicarse a lo que entre nosotros se denominan las “clases populares”. La fuente básica orientadora de este comentario descarta cualquier criterio subjetivo o peyorativo personal.

La psicodinámica de esa clase social se inicia con una actitud anómica o desconfiada y una sensación de frustración anticipada, frente al resto de la sociedad. Este síndrome trasciende de los individuos hacia una falta de “cohesión social”, ingrediente necesario de convivencia. Otros analistas consideran que estos fenómenos obedecen más a factores socioeconómicos que a psicológicos. Este complejo o conjunción describe un círculo vicioso que gira alrededor de “condiciones vitales”, caracterizadas por la inseguridad e impotencia frente al futuro, trazando una “visión pesimista” del mundo circundante, escudando o encubriendo el ego personal ante las críticas de la propia clase social. El entorno exterior se asemeja para la llamada “selva darwiniana”, de difícil tránsito hacia la movilidad social además de que en esta selva el “pez grande se come al chico”. La conclusión predice que la clase popular es objeto de explotación.

Si miramos nuestro medio percibiremos consustancial a la mentalidad étnica originaria una suerte de fatalismo de que su destino sobrelleva el peso de la dominación racial de siglos, estado que podría llamarse misántropo y de fatalidad conformista del “así nomás tenía que ser”. Surge como reacción la recurrente protesta social extrema, cual el pasado bloqueo ha permitido ver. Reacción que incitada desde el ángulo político, no se aparta de fuertes connotaciones de rebeldía. En determinadas realidades sociales externas estas manifestaciones o no son posibles o se subsumen en una profunda misantropía. Por el contrario, es innegable que nuestra convivencia alberga una amplia movilidad social, complementada por una población altamente mestiza que debería oficiar de elemento neutralizador. El mestizaje conlleva afinidades de principio pero las prédicas ideologizadas lo neutralizan.

Según los tratadistas, sus hipótesis no excluyen visiones muy próximas a lo verídico, cual cierta convicción estándar de estas clases acerca de su explotación por “los de arriba”, actitud que conlleva a catalogar al mundo en “amigos” y extraños o poco confiables. En escala global, su mundo se escinde entre “ellos” o la alteridad y el “nosotros”, correlato generalmente distinto al de las clases medias. No pocos sociólogos penetran más en este estado mental para descubrir rasgos de identificación de los integrantes populares, como llamarse unos a otros por sus nombres de pila o sobrenombres, decidir en forma comunitaria y seguir a los intrépidos o a quienes la aparentan, comentar en demasía cosas de sexualidad, darse fuertes apretones de mano y una “juguetona agresividad”. Serían personas reacias a tratar con otras gentes y de rechazo a situaciones nuevas, prefiriendo la rutina y los lazos familiares. Se propone también incluir creencias en la buena o mala suerte y en el peso del “destino” individual.

Los niveles más bajos muestran características propias como la dureza en el trato, su lenguaje excluye el “gracias”, admiran la fuerza física y la temeridad y los rasgos de “hombría”. La urbanidad es confundida con feminidad, junto al temor de los padres por hijos afeminados. Se conducen con cierta tendencia de aprovechar de los demás y de obtener beneficio de las circunstancias. “Si una persona quiere prosperar en la vida”, debe necesariamente pisar a los demás.

Por otra parte, el segmento que nos ocupa presenta subconscientes manifestaciones de autoritarismo. Nuestros conocidos “movimientos sociales” ofrecen a la sociedad claras conductas autoritarias. Un enfoque genérico del grupo le señala desprecio y despotismo con los inferiores y, sin embargo, sumisión con los de “arriba” (autoridad y empleadores) si así ve conveniente, pero si percibe debilidad se torna levantisco.

A los varones esposos de esta clase, el subconsciente les exige la afirmación y ejercicio de su “poder” sobre su pareja. No es raro, en cambio, que en la realidad la esposa asuma el poder “efectivo” de la casa en una serie de aspectos. En nuestro medio con frecuencia la mujer lleva la economía de la casa, con mejor acierto y éxito que el marido.

En la política, el grupo en cuestión se hace partidario de la acción directa e inmediata por encima de la normativa y se apartan de las discusiones, dejándose llevar por los líderes en cuanto éstos muestran radicalidad. El marxista Federico Engels figura entre los primeros que señaló el “anti-intelectualismo” de esta clase. Otros suavizan en sentido que “parece natural que la gente desconfíe de lo que no entiende, desprecie los talentos que no posee y que sienta temor...”, en cuanto que “no pueda participar airosamente”. De este anti-intelectualismo es responsable en buena medida la menos que mediocre educación que se le imparte en el país. Estos párrafos se acercan mucho a la manera de ser popular nacional y a lo que denominamos las “masas”.

loza_hernan1939@hotmail.com

 
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