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[Floren Sanabria]

Alarmante mendicidad


¡Qué profunda amargura causa en el corazón de la población ver extender la mano a un anciano, mujer, niño, niña, clamando por una limosna, una moneda para comprar un pan! ¡Qué triste y doloroso espectáculo para un pueblo ver mendigos en calles, puertas de iglesias, bares y restaurantes! ¡Qué lamentable es contemplar la mendicidad de un país! ¡Qué ironía tan tremenda observar a un pordiosero que tiene como único hogar el ambiente de la calle! Los contrastes de la vida causan pavor. Preguntamos, ¿es justo que exista la mendicidad? No, rotundamente.

En nuestro medio tenemos el triste espectáculo diurno y nocturno de los mendigos en calles y plazas. Unos por vicio y otros por necesidad, lo cierto es que en ciudades del país proliferan los indigentes. Otros porque realmente no pueden ganarse el pan de cada día; muchos porque la injusticia les ha clausurado las puertas del trabajo y fueron retirados. La mendicidad es otro mal social de nuestro medio, mal que debe desaparecer por el buen nombre del país en resguardo del ejemplo que se debe dar a nuestros jóvenes y niños que sufren bajos índices de nutrición, especialmente en familias de áreas rurales, campesinos, indígenas pobres. En provincias y comunidades la gente de la tercera edad, abuelas y abuelos son relegados de las labores de sembradíos, cosecha, pastoreo de ganado lanar, y al existir una vida inerte, sedentaria, los familiares los obligan a trasladarse a las ciudades para que deambulen por las calles en procura de una limosna, en muchos casos emigran acompañados de sus hijas y nietos menores.

Estas conmovedoras escenas de pobreza se observa también en las fiestas de Navidad y Año Nuevo, cuando muchas campesinas indigentes acompañadas de sus pequeños hijos, especialmente de Potosí, arriban a las ciudades en procura de conseguir dinero para el sustento de sus familiares, ya que en sus comunidades hay miseria y pobreza.

No obstante haber una disposición suprema que ordenaba la redistribución de la tierra para quien la trabaje, mediante la Reforma Agraria, no ha sido cumplida como debió ser, especialmente desde el 2006.

El campesino, el indígena, el originario alzó cabeza, lo politizaron y abandonó su ayllu, su sayaña, sus campos agrícolas para trasladarse especialmente a las ciudades de La Paz, El Alto, Cochabamba, Santa Cruz, Tarija y dedicarse a la politiquería barata, al comercio callejero, a la venta de baratijas, dulces, antes que al trabajo de la agricultura y, por último, obligado por el hambre se dedica a la mendicidad y la vagancia. Bolivia ocupa el segundo lugar de los países de América Latina con mayor índice de mortalidad infantil.

Habrá que decir también que la falta de cooperación técnica y económica han hecho que el indio -ya no es tal, sino simplemente campesino- se avergüence incluso de hablar aymara, sin justificación alguna trabaje en condiciones de extrema pobreza y hasta dedicarse a la elaboración y comercialización de cocaína, ya que constantemente la Fuerza Especial de Lucha contra el Narcotráfico (Felcn) desmantela fábricas con tecnología avanzada en Cochabamba, El Alto, Santa Cruz y en otras regiones.

La coca del Chapare va directamente al narcotráfico, dicen los cocaleros de los Yungas cuya producción sí sirve para el acullico. En estas regiones ya no hay frutales sino inmensos sembradíos de coca. Los cocaleros de Inquisivi prefieren realizar estos sembradíos.

Es evidente también que los dirigentes mallkus y jilacatas que están totalmente entregados a la política, no dejan trabajar a otros campesinos de lleno en labores agrícolas y labrar su porvenir y el de sus hijos, perjudicándoles y derrochando su preciado tiempo en reuniones, concentraciones, ampliados, asambleas, cumbres, congresos, foros, marchas a las ciudades con movimientos de tipo partidario que no pueden rehuir, porque son obligados y amenazados si no concurren a estos actos políticos gubernamentales.

 
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