[Fernando Untoja Ch.]

La guerra entre indígenas e híbridos


La paradoja de la política de inclusión está generando espacios sociales de exclusión, simultáneamente reactiva, viejas practicas coloniales y feudales cargados de prejuicios y de intolerancia; a diario vemos y oímos resurgir comportamientos, discursos batiendo las banderas de un racismo en nombre de lo plurinacional. La cacofonía plurinacional pinta un escenario donde el actor principal es el “indígena”, mientras que la “posición” desde el desbande reivindica la aculturación y grita que todos somos “mestizos”; esta misma dicotomía es tomada por muchos expertos en política, sociólogos y comunicadores de gran peso.

Así los partidarios del mestizaje imaginan un escenario casi teatral en el que algunos “indios” o “indígenas” por el sólo hecho de bajar de un camión que viene de un pueblito y pisar el suelo de una ciudad, sufriendo una especie de metamorfosis y se convierten en “mestizos”. Equipados con definiciones y jugando al científico concluyen que todas las “ciudades son mestizas”.

En el oriente la no comprensión del fenómeno del mimetismo asumido por lo kolla se produjo el cuento “camba” que decía “los kolla dejan su identidad y su q’ipi a las orillas del rio Piraí; una vez cruzado el rio ya eran cambas y enemigos de los mismos kolla”.

En el recorrido de la formación del Estado boliviano estos imaginarios han sido las armas para mantener la alienación “cultural”, encasillar y dividir a la mayoría de la población. En estos últimos tiempos la reproducción de esta practica es asumida por algunos “superados” y alienados que repiten y dicen: “mi madre era también una “india”, otros para que suene más civilizado dicen: “mi madre era una linda chola”, y rápidamente concluyen “soy mestizo”.

Por otro lado los indigenistas imaginan sociedades y pueblos estancados en el tiempo y el espacio, nos dicen que felizmente esas sociedades y “naciones indígenas” aún viven en armonía con la naturaleza como hace quinientos años; y esto despierta en muchos rápidamente la idea de descolonizarse para asumir el papel de salvadores de la humanidad; con esta valoración archivan en sus mentes toda forma asimilación y alienación colonial para presentarse en estos tiempos como los “indígenas puros”.

Por eso algunos cuando recuerdan su pueblito al calor de la bebida, en una fiesta para algún santo, se auto-identifican de “indios, lecos o indígenas puros”, dispuestos a convertirse en Jilaqata y Mallku; incluso cambiando el termino de compañero por el de “hermano” y andan imponentes con un chicote en bandolera calificando que lo “mestizo es para los animales”. De esos hay muchos.

En cuanto a los que han nacido en los barrios de las ciudades bolivianas, a pesar de ser tan morenos como aquellos que habían llegado de su pueblito, alienados por un supuesto estatus social se auto-identifican y dicen: “somos mestizos”, puesto que vivimos en las ciudades, ya no somos indígenas ni Aymara…. Estirando un poco el cuello, con paternalismo y con una dosis de moralismo afirman: “decir indio o indígena o chola no tiene ninguna connotación racista, todo depende de como se lo diga”.

Pero ¿cuál la utilidad de saber cuántos “indígenas” todavía quedan, o cuantos se han convertido en “mestizos” y finalmente cuantas “naciones clandestinas” han vuelto a recuperar su territorio? Esta ch’ampa guerra entre indigenistas y “opositores” es la pelea entre oligarcas que buscan servirse mantener un nosotros y los otros para perpetuarse en el poder atentando a la unidad de la sociedad boliviana. La impotencia y la falta de una posición política e ideológica, hace que algunos identifiquen a la clase media con el mestizaje y otros buscan que todo se mueva al ritmo del indígena inventado. Los más desesperados se sienten “ninguneados” y dispuestos a hacer campaña por la existencia del “ninguno”. Si hubiesen comprendido el pensamiento de la simultaneidad no habría esta guerra absurda entre “indígenas puros” e “híbridos”.

Para los bolivianos lo que cuenta es el ser ciudadano, su participación en la economía, la política, la mejora permanente de su situación; el cuento, el chiste de las identidades étnicas o nacionalidades puede convertirse en instrumento peligroso para la integridad nacional.

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