Se buscó “cambios” para el bien y resultaron para mal



Cuando se produjo el cambio de gobierno, en enero de 2006, hubo el anuncio lleno de promesas, publicidad y propaganda en sentido de que “… ahora todo cambiará porque se desterrará viejos moldes políticos, económicos y sociales del pasado”. Anuncios de esa clase fueron, de algún modo, repetición de lo que otros regímenes habían asegurado porque consideraban “que se debía cambiar viejas estructuras e imponer políticas que permitan dinamizar al país”. La verdad es que ni en uno ni en otro caso se hicieron realidad esos anuncios.

Se creía originalmente que el presidente Morales, por ser representante de “las mayorías, de los pueblos originarios, de los indígenas y de quienes habían sido postergados por 500 años”, efectivamente introduciría nuevas formas de gobierno en el país, pero evitando los viejos yerros que habían hecho fracasar otras políticas por “revolucionarias” que eran, presentadas por gobiernos dictatoriales con vocación de extrema izquierda.

Promesas que van y vienen destruyeron todo lo que pudo haber sido real: se buscó o anunció cambios con políticas acordes a las necesidades de la nación, pero se impuso medidas que resultaron mal y los hechos pisotearon a las buenas intenciones. El país ha vivido, en los últimos seis años, cambios no esperados porque yerros del pasado se han repetido inmisericordemente y en lugar de desarrollarse y progresar marchó de tumbo en tumbo, sin planificación ni armonía económica, política o social.

¿Qué pasó realmente? ¿Es que todos los anuncios hasta diciembre de 2005 eran simplemente demagogia y populismo con miras a implantar un gobierno socialista que entierre al capitalismo? ¿No es que en seis años hemos sido más capitalistas que los países maestros en esos sistemas? ¿Hemos conseguido algún adelanto en nombre del izquierdismo secante y avasallador que hemos soportado los bolivianos durante más de seis años? ¿Cuáles son los índices de avance en la producción? ¿Qué hemos hecho en el campo de las inversiones si ni siquiera se pudo aprobar una ley que otorgue garantías jurídicas a posibles inversionistas extranjeros y nacionales?

Los “cambios” parece que fueron buenos para llenar carillas de papel, propalarlos en discursos y mostrar que “Bolivia puede alcanzar altos índices de desarrollo hasta parangonarse con los países más avanzados”. Triste el papel que se ha jugado durante más de un sexenio porque en lugar de avanzar hemos retrocedido y todo el cúmulo de buenos anuncios se lo llevaron los vientos. Desde enero de 2006, en cada gestión se anunció la aplicación de los cambios anunciados, “pese a la oposición desencadenada por intereses creados de gobiernos anteriores”.

La verdad es que, en seis años, la oposición fue tibia, delicada como los pétalos de una rosa, puesto que los comités cívicos han esperado también que lleguen los tiempos de realizaciones; ni qué decir de muchas organizaciones y de los saldos que quedaron de los partidos políticos. Las propias inquietudes de las “juventudes revolucionarias” han quedado mudas y los cambios anunciados para bien se convirtieron en resultados negativos.

Pero como “no hay mal que dure cien años”, el propio Gobierno debería rectificar lo malo que hizo y dar rienda constructiva a lo que prometió, pero no agravando aquello que dañe más a la economía, que destruya las posibilidades de crear riqueza y generar empleo; que esas promesas sean realidades vivas para la colectividad. En otras palabras, que el Gobierno asuma su compromiso de administrar el país, hacer gestión, producir, garantizar estabilidad y promover inversiones, alejado de soberbias y petulancias que a nada bueno nos han conducido hasta ahora. Sólo así se entenderá y aceptará políticas de cambio.

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