[Raúl Pino-Ichazo]

La justicia como prioridad



Siempre se calificó de justo y legítimo lo que fue ordenado por la ley; tal es la esencia de la justicia y su antinomía es la estructuración de la corrupción y que los contenciosos jurídicos no se conduzcan según el procedimiento ya que la mayoría de los que imparten justicia ya tienen el alma corrompida por el mercado de influencia y de prebendas, las cuales no se animan a rechazar dignamente por la pasión de la codicia, reservándose, con esa actitud, el condigno castigo para el futuro.

Cuando los fiscales son experimentados, diligentes y humanos, cargados con el peso agradable del conocimiento, tienen como misión primordial averiguar, comprobar y realizar las necesarias presunciones in situ para obtener de lo conocido lo desconocido que apunta la aproximación a la verdad. Averiguar a profundidad los situaría en el ámbito de la solidaridad con los derechos del presunto imputado y, esa difícil tarea, los libera del cargo de conciencia y el remordimiento de no haber agotado las vías de comprobación de los indicios existentes.

Aquí en Bolivia, los fiscales no realizan esta inderogable obligación, sino que buscan rápidamente imputar para que se inicie el contencioso: entonces, no son fiscales en el sentido estricto de la acepción que tiene su origen etimológico en la fiscalización que, en la práctica, es abstraer, dividir los hechos y analizarlos uno a uno hasta estar convencidos de la veracidad, es decir, realizar la se-paración mental de las circunstancias del hecho y sus relaciones con los objetos; de esta forma inteligente se estructura la sepa-ración como el resultado, y en este proceso es imprescindible que el fiscal haga caso omiso de las posibilidades subjetivas del ser humano. No sucede esta situación ideal para la justicia en Bolivia, pues los fiscales solo visualizan como objetivo inmediato la imputa-ción, a sabiendas que no se ha realizado prolijamente todo el proceso obligatorio que se detalla. Ahí, casi con certeza meridiana, reside la injusticia en la justicia.

Cuando se trata de elaborar una sentencia, los jueces, en penosa mayoría, se dejan alucinar por la retórica aduladora que utilizan numerosos abogados, además de la plurali-dad de testigos dispuestos a declarar lo que se les prescriben.

La pertenencia inherente a la justicia que debe demostrar todo juez en sus juicios y resoluciones y, por ello, ningún mal se aca-rrearan, si son realmente hombres de bien y se consagran a la práctica de la virtud de aplicar la norma jurídica en su correcta inter-pretación, siguiendo lo que prescriben nítida y perceptiblemente los condicionantes de la lógica jurídica formal: estudiar, examinar, fundamentar y sistematizar la norma jurídica.

Una práctica cotidiana y disciplinada que hará vivir a los jueces con un sentido de per-tenencia a la justicia es la conciencia moral y su proceso que es inevitable en todo ser humano, con ello esta clase de jueces idea-les, pero a todas luces posibles, preferirán inquebrantablemente sufrir una injusticia antes de hacerla, así no solo es una aspira-ción teleológica parecer un hombre de bien sino serlo en realidad tanto en publico como en privado, siendo preciso que los jueces huyan de toda adulación, tanto respecto a si mismos como respecto a los demás, que jamás deben dejarse embelesar por la retórica adu-ladora y vacía de contenido y pruebas que es tan frecuente en los tribunales de Bolivia y Sudamérica, cuyo origen es la ausencia de formación profunda en el Derecho, la ética y la deontología.

Por ello, si el Derecho constituye el orden de la comunidad, es tarea de la justicia tenerlo a salvo y restablecerlo cuando no forman una ordenación verdadera e idónea de la justicia. Esto último sucede en la actualidad en nuestro país por la pereza o falta de conocimiento jurídico de los asambleístas que no incorporan, como una obligación inderogable, las diferen-tes modificaciones modernas que se crean en los diferentes códigos sustantivos, precisa-mente por la presión de las sociedades moder-nas y de la juventud. Esta negligencia y no otra, es consecuencia de disponer de códigos desfasados en función a la necesidad de la población y sobretodo, del estamento de la ju-ventud que hoy enfrentan exigencias existen-ciales muy difíciles y complicadas que trastor-nan sus vidas como ser: las drogas, el narco-tráfico, la trata de blancas, alcoholismo, abor-tos, opción de genero, ausencia de diálogo intrafamiliar, presencia de la violencia y altísi-ma competitividad universitaria y en el ejercicio de la profesión y finalmente suicidios; espectro totalmente diferente y aterrador a la paz que reinaba en los espíritus de los jóvenes de hace 40 años o menos.

La retórica aduladora y falsa que deben desterrar los abogados en los juicios orales y también en los escritos, conducirá a fundamen-tar las defensas y propugnaciones sin conce-siones que les hagan perder de vista la finali-dad suprema que es hacer prevalecer en su espíritu la diligencia en buscar los medios para que esa justicia consolidada en los códigos tenga siempre prevalencia; haciendo nacer con esa sabia actitud la confianza de la pobla-ción en la justicia como valor absoluto para el reforzamiento del orden social.

 
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