Condenar las guerras, la fabricación y venta de armas, y al terrorismo fue labor siempre cumplida por la Iglesia; esta vez, el Papa Francisco condenó estas actividades como los males que causan la desgracia de la humanidad.
Fabricar armas y promover sus ventas es, lamentablemente, labor más efectiva que cumplen los países ricos y desarrollados, como si ello fuera la base de sus economías. No hubo ni hay contemplación alguna por los derechos humanos con tal de enriquecerse más con la producción y venta de armas porque, a más de mejorar la calidad y capacidad para matar de los nuevos armamentos, se invierte millonarias cantidades de dinero en investigación para construir más y mejor armamento que sirve para aniquilar pueblos íntegros sin considerar a niños, mujeres y personas de toda edad y condición.
Si se midiese o estableciese el monto en dinero que se invierte para mejorar la calidad de las armas y fabricarlas, con lo que se invierte en programas para derrotar a las enfermedades o conseguir el bienestar con educación desarrollo y crecimiento de los pueblos, se llegaría a la situación en la que el caso de armas para matar es muchísimo más alto y esto prueba que para los fabricantes, aliados del terrorismo, lo que importa es matar antes que preservar la vida.
El terrorismo es, innegablemente, el mayor aliado de los fabricantes de armas porque no sólo atenta contra la seguridad y vida de los pueblos sino que promueve guerras para agrandar su campo de acción y contar con más víctimas. El terrorismo no sólo ciega vidas sino que destruye todo lo útil que tiene el hombre para vivir; destruye obras de infraestructura y atenta contra la naturaleza y el medio ambiente. El terrorismo recurre al bloqueo, una de sus formas más destructivas de la economía y de la vida del ser humano.
La Iglesia, con la sabiduría y experiencia de más de dos milenios, condena guerras, fabricación de armas y terrorismo en todas sus formas; lamentablemente, son voces que se lleva el viento porque quienes fabrican armas cuentan con aliados muy poderosos en los puestos políticos, en sitios inexpugnables que les permite favorecer, autorizar y promover la fabricación de armas para cumplir con planes de “defensa de las libertades, la democracia y la justicia”, aunque sus resultados son lo contrario, porque destruyen todo lo que promueven, en actitud falsa e hipócrita.
Condenar la fabricación de armas y al terrorismo debe ser labor permanente de los pueblos; pero, sobre todo, adoptándose medidas punitivas muy serias para erradicar esos males; de otro modo, cualquier estímulo resulta una especie de desafío para el crecimiento del mal.
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