[Jaime Martínez]

La universidad en la Colonia


La universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca es la tercera que los españoles fundan en la América. La primera fue la de Santo Domingo; la segunda, la de San Marcos, en Lima. Los jesuitas la fundaron el 27 de marzo de 1624, a cargo del P. Frías y Herrán, y estuvo a cargo de esa orden hasta la expulsión de los jesuitas, el 4 de septiembre de 1767. Durante la Colonia fue el mayor centro de poder intelectual en la Audiencia de Charcas. Desde sus inicios allí se radicó y desenvolvió la fuerza de la inteligencia, ávida de conocimientos, pero fundamentalmente del espíritu, tanto de los profesores como de los estudiantes, interesados en plantear y discutir por eternos problemas del ser humano: ¿Para qué sirve mi libertad, y cómo la debo utilizar en la sociedad?

Allí se discutió problemas morales que se extendían a los asuntos políticos; allí se examinaba los fundamentos del poder civil a la luz de teólogos como Suárez y Vitoria; tesis que no eran precisamente un sostén ideológico del colonialismo, ni de la sumisión ciega a las autoridades; y por eso mismo crearon una mentalidad contestataria en las distintas generaciones que allí se formaron. Esto, gracias a que la universidad gozaba de autonomía académica, administrativa y económica.

Las afirmaciones de Suárez fueron preparando las mentes de los altoperuanos para comprender la importancia de la libertad en la vida humana. ¿Pueden mandar unos hombres a otros? Se pregunta el teólogo, y responde que el ser humano no nace sujeto a príncipe alguno, pero que está capacitado para tal sujeción “Porque todos los hombres nacen libres por naturaleza, de forma que ninguno tiene poder político ni dominio sobre otro”. Su concepto es claro, ningún hombre puede mandar a otro porque sí; pero, entonces, ¿cómo puede haber gobierno?

La subordinación del gobernado al gobernante surge como una necesidad sine qua non para formar sociedad, pues del acatamiento de las personas derivan otras características de la sociedad, como el orden y buen funcionamiento del grupo en cuanto tal, “a manera de propiedad que resulta de dicho cuerpo místico en su entidad o totalidad”.

¿Cómo se ha formado la sociedad? Suárez responde que la unión de los particulares entre sí, libremente decidida para ayudarse mutuamente y para formar una comunidad política, ha formado a la sociedad. El origen del poder político, sin embargo, “no existe o reside en cada uno de ellos ni en su totalidad ni parcialmente”. Se trata de algo que es anterior a los hombres, a los cuales les es dado realizarlo, pero no fundarlo originalmente. El pueblo es sólo sujeto, no origen del poder. No tiene soberanía absoluta, Dios está por encima de todos, por lo que él es el último fundamento y origen del poder político. Dios es la forma de la autoridad, mientras el pueblo es la materia. Por esto, al pueblo le asiste el derecho de elegir la forma de gobierno que desee; delegar este derecho en un particular, naciendo de esta manera la monarquía, u otra forma de gobierno; y, además, reservarse el derecho de ser consultado, para que la autoridad ponga en práctica cualquier disposición legal; fundamento de la democracia.

Todo eso supone el respeto de autoridades y súbditos a la ley. Por eso el pueblo tiene la potestad de resistir toda ley contraria al Derecho Natural, considerado como “cierta fuerza o juicio actual de la mente, luz natural de la inteligencia expedida para establecer lo que debe hacerse”. Por esta cualidad el hombre puede distinguir naturalmente entre el bien y el mal, y también puede diferenciar entre un gobierno justo y uno que no lo es. Ideas enseñadas y discutidas ya en la centuria del 1600, en nuestro país.

Teorías que turbaron a las mentes inquietas de los jóvenes que acudían a estudiar en la universidad de Chuquisaca, pues les inducía a examinar críticamente la sociedad en la que vivían, en la cual el pueblo no era considerado con los derechos que el maestro exponía en sus textos. Además, allí se fue desarrollando un pensamiento social y político de importancia, mucho del cual, desgraciadamente, permanece inédito.

El autor es Correspondiente de la Academia norteamericana de la Lengua Española.

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Reinició sus ediciones el primero de septiembre de 1971.

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