Durante mi etapa escolar se nos decía que los elementos claves de la comunicación son tres: emisor, mensaje y receptor. Es decir, que al menos hay dos personas con algo que compartir.
Ningún mensaje comunicativo es neutro, ya que implica la peculiar manera de entender el mundo y de filtraje de la realidad que cada ser humano posee, fruto de su propia biografía, del medio social en el que vive y de las limitaciones propias de su fisiología.
La biografía de cada persona delimita en gran manera la forma de comunicarse. Contiene desde el entramado de influencias dado por aquellas figuras que han sido importantes como toda la riqueza de experiencias de interacción que la persona ha ensayado durante su vida. Las personas que han estado a nuestro lado y que han tenido cierta significación para nosotros nos han transmitido su particular manera de procesar determinados acontecimientos, tanto a nivel racional como emocional. Con una alta probabilidad, algunas de sus maneras e ideas las hemos hecho nuestras a través de un proceso de asimilación, lo que puede suponer un ahorro en el aprendizaje durante el desarrollo. Pero también supone que algunas de nuestras ideas no son enteramente genuinas, sino más bien depositadas por otros. No son enteramente nuestras. Sin embargo, ahí están y se manifiestan en el encuentro comunicativo. Lo que son nuestros son los conocimientos adquiridos a través de diferentes interacciones con el medio exterior que se producen a lo largo de nuestra vida, que junto a lo recibido conforman el modo particular en el que nos comunicamos con los otros.
También cobra importancia la influencia del medio social en el que se vive. Podemos decir que existe una forma de entendimiento común dependiente de la sociedad en la que cada persona está inmersa. Conceptos como la vida, la familia, las relaciones o la felicidad van variando de cultura en cultura y por ejemplo, no es lo mismo hablar de muerte en India que en España.
Nuestro estilo de comunicación tiene que ver con lo que hemos recibido y con lo que vivimos y al comunicarnos con otra persona de una forma o de otra todo esto queda expuesto y da información no solo del mensaje que queremos transmitir sino también de nuestra propia personalidad.
El receptor no es una mera entidad que se sitúa a cierta distancia y cuyo único cometido es el de recibir un mensaje. Cuando un emisor pone en el canal un mensaje, lo que desea y espera es una cierta relación con el receptor que le permita confirmar o desmentir determinada opinión que tiene formulada previamente.
Cuando hablamos de comunicación humana no nos referimos sólo a lo que se dice, sino también a cómo se dice. Y también a cómo se recibe, es decir, a la disposición del receptor hacia el mensaje emitido. Aquí cobra especial importancia toda la riqueza del “paralenguaje”. Volumen de voz, ritmo, tono, pausas y diferentes elementos relacionados con la postura y la mirada, están más cerca del estado emocional de la persona que del contenido de lo emitido y por eso no es lo mismo que un amigo te diga “qué idiota eres” a que un viandante cualquiera te lo suelte en plena calle.
En los entornos escolares se emplea abundantes tiempos y esfuerzos en el aprendizaje correcto de los contenidos del lenguaje pero sin embargo se descuida la enseñanza y la práctica de esos otros elementos comunicativos relacionados con el paralenguaje, y que tanta información proporcionan en el encuentro o desencuentro humano. Esto es tan importante que hasta en algún tipo de comunicación digital se está teniendo en cuenta, como es el caso de los emoticonos.
La comunicación humana es un encuentro entre personas en el que se regala algo tan preciado como es el tiempo. Una vez oí decir que el ser humano está hecho de tiempo. Y por lo tanto quien dona su tiempo, está donando parte de su vida en ese encuentro. En demasiadas ocasiones la comunicación humana se convierte en un simple cuento unidireccional en la que sólo se busca soltar la propia historia sin importar ninguna otra cosa. Nosotros reclamamos un encuentro en el que se produce la acogida y a partir de ahí, todo el emisor, mensaje y receptor que queramos.
El autor es psicólogo y coordinador de Programas en el Teléfono de la Esperanza.
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