[Manfredo Kempff]

El carnaval de D´Orbigny


Alcides D´Orbigny pasó carnaval en Santa Cruz en el año 1831, y en su célebre diario de viaje cuenta sus impresiones sobre lo fiesteros que éramos los cruceños desde ese entonces. Habla de vinos y licores que se bebía -donde no estaban exentas bellas jóvenes- y de alguna vez que los excesos del vino lo indispusieron y lo obligaron a abandonar el “campo de batalla” y cobijarse en otra habitación “donde habían ya numerosas víctimas de la fiesta”. Cuenta que no faltaban caballeros que traían, a su costa, música, lo que suponemos era banda, costumbre muy nuestra que no ha cambiado.

Un francés como él, que no sabía de las costumbres cruceñas, seguramente desconocía si existían comparsas. En todo caso no cuenta que las hubiera, aunque se refiere a grupos de mujeres y varones amigos que se reunían. Concretamente escribe de muchos bailes alegres en carnaval, pero, además, de “cenas espléndidas”. Y cuenta que los señores recorrían las calles montados a caballo, apeándose en cada casa -¿serían las “casas de espera” de nuestro carnaval?- donde con polvos de diversos colores se entablaba “una lucha encarnizada con las damas, para colorearles el rostro”. Las chicas corrían despeinadas, con la ropa desarreglada, gritando y riendo, defendiéndose de los ataques lanzando pequeños limones en las cabezas de los hombres. En las noches los jinetes cantaban canciones en las puertas de personas conocidas -podían ser sus enamoradas- y se bebía por todas partes.

Durante ese carnaval de D´Orbigny en Santa Cruz, el martes 15 de febrero de 1831 fue un día especial, porque, luego de las “locuras del día” y durante un baile que dio el prefecto, la fiesta tomó un carácter de seriedad, ya que se celebraba también el aniversario del juramento de la Constitución. A eso se agregaba, además, que estaba a punto de estallar una guerra con el Perú. (¿No fue en carnaval de 1879 la invasión chilena a Antofagasta?) Por lo tanto se produjeron discursos belicistas y uno de los oradores, dice el cronista, interrumpió su peroración en reiteradas oportunidades por sus lagunas mentales. ¿Serían los efectos del alcohol o de las opíparas cenas? La cosa es que acabado el bodrio oratorio se reinició el baile y se olvidaron las preocupaciones.

Al día siguiente, empezó la cuaresma y se acabó el chiverío. Según D´Orbigny se silenció la ciudad, apareció la “ropa de duelo” y terminaron de golpe los juegos y las diversiones. “Un triste silencio reina en la ciudad”, escribe. “Santa Cruz no es la misma”.

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