La corrupción adquiere jerarquía


 

El problema de la corrupción se va extendiendo como una capa de aceite sobre el agua. Su crecimiento adquiere no solo nuevo nivel cuantitativo, sino también cualitativo. Es más, toda esta situación se produce cuando las autoridades hacen más para frenar el mal. En otras palabras, cuando más se debate el problema, éste aumenta en todo sentido.

Hace pocos decenios se hablaba de corrupción solamente en algunos sectores medios de la ciudadanía. Pero, de pronto, ese asunto se extendió a grupos laborales y de allí pasó a medios campesinos e indígenas, pese a que la primera autoridad nacional aseguró que este último sector era la “reserva moral de la sociedad”. Al respecto, en cuanto a este último sector social, se recuerda el caso del Fondo Indígena, donde elementos de ese estrato social desbancaron una entidad destinada a apoyar el desarrollo en el medio rural. También no se dejó de presentar denuncias de violencia sexual y de actos corruptos en otros sectores sociales.

La presentación de una notable cantidad de denuncias de actos contrarios a la moral tradicional y las disposiciones legales fue, entonces, objeto de repudio general e inclusive el gobierno se apresuró en dictar leyes represivas contra el delito, en particular en los medios de la burocracia oficial. Sin embargo, pese a las proclamas y el ofrecimiento de sanciones enérgicas –inclusive la amenaza de “caiga quien caiga”-, el mal en vez de desaparecer aumentó en progresión geométrica. Es más, se puede decir que a más lucha contra la corrupción, se presentó más corrupción.

Tampoco se pudo evitar esa contradicción con cambios de los más altos niveles de la jerarquía policial, ni con el anuncio de sanciones de cárcel, multas, represalias, etc. Tampoco valieron nuevas leyes. La corrupción, en particular en los medios oficiales -salvo raras excepciones- siguió creciendo en forma cancerosa. Es más, como se anticipó, se extendió a los mismos niveles policiales y a funcionarios del Órgano Judicial. Muchos policías resultaron autores de actos contra la moral pública y fiscales y jueces terminaron en la cárcel de San Pedro.

Pero la corrupción siguió creciendo de manera implacable hasta que finalmente llegó a la institución que se caracterizaba por ser el último baluarte de la ética. En efecto, sus más altas autoridades y ex autoridades fueron denunciadas, quizá en forma calumniosa, de actos de corrupción como los referidos a la quiebra de una empresa de construcciones de tipo castrense. Las denuncias, probadas o no, dieron con altos elementos uniformados con sus huesos en la cárcel, mientras prueben su inocencia en casos de supuesta corrupción.

Pero aquí no se trata de especificar casos individuales, ni mucho menos. De lo que se trata es mostrar que el crecimiento canceroso de la corrupción se ha vuelto alarmante y ya no por sumas de pequeño nivel, sino por casos millonarios y ostensibles. Todavía más, es extraño que cuando más se combate la corrupción, ésta en vez de decrecer, aumenta en forma geométrica, lo cual permite considerar que este problema social tiene nuevas y más profundas raíces que en el pasado y que requiere tratamientos de nuevo tipo y más efectivos.

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