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Mil palabras

Otro día en la oficina

Ramón Grimalt

Hecho 1: a Jonathan Quispe lo mató un proyectil. Hecho 2: la autopsia muestra que ese proyectil fue una canica. Hecho 3: el Gobierno responsabiliza a los estudiantes de la Universidad Pública de El Alto (UPEA) que se manifestaron demandando presupuesto. Hecho 4: la UPEA pide claridad al Gobierno. Hecho 5: El Gobierno habla de una conspiración de la derecha. La pregunta es, naturalmente, quién disparó contra el joven estudiante de Comunicación Social.

A expensas de una investigación -se deben realizar pruebas complementarias de balística muy precisas y profesionales- el día después del fallecimiento de Quispe todo el mundo se encargó de instrumentalizar el hecho, es decir arrimar la víctima a su molino de intereses creados utilizándola sin ningún tipo de pudor de un modo burdo y si cabe siniestro y desalmado. El ministro de Gobierno, Carlos Romero, acusó al jefe de Unidad Nacional (UN), Samuel Doria Medina de haberse reunido varias veces con el rector de la UPEA, Ricardo Nogales y, por lo tanto, en su lógica aviesa, conspirar, verbo tan manido como recurrente para el oficialismo con el propósito de denostar cualquier forma de oposición política.

Pero al otro lado del arroyo que nos divide, desde el propio Doria Medina hasta Carlos Mesa no falta quien ha apuntado al Gobierno que preside Evo Morales de violar los Derechos Humanos, una acusación pobre de contenido y también malintencionada. Si a ello agregamos a los estudiantes de la universidad alteña que convertirán en mártir a quien en ningún momento lo buscaba, el cuadro es tan melodramático como patético. Lo peor del caso es que no se trata de un hecho aislado.

Las páginas de la Historia muestran que en todo conflicto de menor a mayor intensidad siempre ha habido un muerto útil; un hecho de tal impacto mediático que por sí mismo genera bastante runrún para convocar a los cruzados a la guerra. Eso es, precisamente, lo sucedido con Jonathan, a quien nadie tiene intención de permitir que descanse en paz. Los unos, los universitarios, porque lo usarán como bandera de reivindicación sectorial; los otros, el Gobierno, porque de este modo marearán la perdiz de la demanda presupuestaria y de paso culparán a la oposición de desestabilizar el país, una estrategia siempre conveniente; por descontado, en medio de este pifostio, ésta achacará el muerto a Evo y los suyos.

Mientras, usted y yo, esperaremos bien sentados a que se haga justicia y se atrape al asesino. Desde el apartado de los medios de comunicación se esgrimirá este fin superior, se exhibirán primeros planos de los deudos con el Adaggio de Albinoni sonando de fondo para cargar un poquito más las tintas y se convertirá el sepelio en un espectáculo degradante que vende muy bien a mediodía, mientras el país almuerza.

A nadie, a ningún moro ni a algún cristiano le importa la memoria de quien en vida fue; toca aferrarse al ataúd para aprovechar la coyuntura, alargar el momento efímero y vapulear a la opinión pública que de por sí, ya especula a destajo en las redes sociales, esa condenada trinchera de cobardía a la carta que tanto daño le hace al rigor periodístico. Y sí, mañana será otro día en la oficina.

 
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