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[Armando Mariaca]

En política, el amor construye; odios y complejos, destruyen


A 193 años de vida libre e independiente del país, es doloroso llegar a la conclusión de que, con pocos períodos constructivos gozando algo de armonía y unidad, podemos decir que hemos avanzado, que se han superado enconos y diferencias dejadas por el coloniaje español y mucho más por grupos que, creyendo representar a las mayorías indígenas, a criollos y a mestizos del país, han actuado con alguna coherencia y asumiendo que el país es propiedad de todos sin diferencia alguna.

Mucho tiempo ha pasado en que odios y rencillas político-partidistas han dividido a los bolivianos, tanto como las ambiciones e intereses personales o de grupos que creyeron tener la propiedad de la nación y, por tanto, comprometidas las virtudes de los ciudadanos para “manejarlos” de acuerdo a las conveniencias.

Pocas veces se ha tomado en cuenta que solamente el amor, el respeto, al fraternidad y la unidad constructivas son positivas y sustentadoras del presente y futuro de los pueblos; pocas veces se ha tomado el ejemplo de naciones que, unidas, han alcanzado no solamente los valores de la libertad y la independencia para sus países sino que han sentado las bases de un desarrollo armónico y sostenido; pocas veces, muy pocas, se ha entendido que la educación es, debe ser básica para alcanzar metas en aras de mejorar las condiciones de vida y conseguir estados de progreso con producción y competitividad.

El hecho de haber nacido pobres, aunque con una nación plena de riquezas para ser explotadas, ha dado lugar a que no encaremos constructivamente el diario vivir, haciendo acopio de virtudes y valores para superar estados de extrema pobreza y dependencia, para suprimir todo aquello que ata a la división, al interés creado, a la costumbre de tener envidia y complejos y desear lo que otros tienen y que han logrado con trabajo, esfuerzo y dedicación.

Muchas veces, la misma política partidista -y los gobiernos militares de turno- han pedido que la población encuentre las sendas de la unidad para vencer estados deprimentes de vida y angustias por muchas carencias. En todo gobierno se ha dejado que rijan las manías del “dejar hacer y dejar pasar”, que ha sido práctica por dejadez, indisciplina e incapacidad. En casos, valores profesionales, ciudadanos con alto sentido de país y convicciones sobre las urgencias habidas, no lograron lo que otros países hicieron y cumplieron a plenitud. Así, por nuestro propio descuido, hemos perdido parte de la heredad territorial con inclusión de una extensa zona marítima con tierras poseedoras de grandes riquezas que es disfrutada por quienes se apoderaron por la fuerza de las armas.

Las experiencias del pasado y de lo que rige desde hace trece años, muestra la urgencia de que los partidos políticos asuman sus responsabilidades y no solamente se organicen (reorganicen, como ocurre en estos días) con la inscripción de militantes tan sólo por la cercanía de una elección primaria o con miras a las elecciones de octubre de 2019; es decir, que muchos de ellos, por el interés inmediato, se organizan y hacen ver sus intenciones pero sin mayores programas. Todos, incluido el partido de gobierno, deben tomar conciencia de hechos que son comunes y necesarios en el ejercicio democrático porque la Democracia, por principio, tiene en los partidos políticos una especie de base de sustentación; por ello, no cabe el ejercicio democrático sin partidos políticos que son, deben ser, la representación del pueblo; son, institucionalmente, entidades indispensables porque se sostiene que sin la intermediación de la política partidista todo proceso electoral caería en el vacío.

El principio democrático es que sin libertad de asociación política o sea sin partidos políticos, no podría haber democracia auténtica o, lo que es lo mismo, una democracia pluralista; sin partidos bien establecidos, debidamente organizados, socialmente arraigados en el pueblo no puede esperarse que la democracia funcione; deben ser en toda organización democrática, instituciones o asociaciones que ejerzan satisfactoria y responsablemente la representación de los intereses del pueblo que, en definitiva, es el que los revitaliza y les da condición democrática en lo interno, en su organización y en su práctica de preparación para las funciones a que están llamados. Dentro del ejercicio democrático, los partidos políticos son instrumentos participativos de la ciudadanía; sin embargo, hay criterios en sentido de que “podría prescindirse de partidos políticos en el funcionamiento de la democracia”. Así, para Kelsen (Hans Kelsen, “Esencia y valor de la democracia”) “solamente la ilusión o la hipocresía pueden creer que la democracia sea posible sin partidos políticos”. Por su parte, Sartori (Giovanni Sartori, “Elementos de la teoría política”) dice: “La intermediación de los partidos se transforma, con frecuencia, en un diafragma o incluso en una imposición partidocrática”. Consecuentemente, lo que habría que hacer es combatir los excesos y las deformaciones que cometen los partidos políticos, sin que ello implique, en modo alguno, buscar su desaparición.

Los partidos políticos son instrumentos valiosos de la democracia y el papel que cumplan tiene que ser considerado en justos términos para que sean válidos ante el pueblo. Esto muestra que no copan ni agotan los ámbitos de la participación social que también se expresan o muestran su vigencia mediante asociaciones, sindicatos, organizaciones colectivas, con la comunicación y otros medios que demuestran creencias, criterios, ideas, pensamientos de una comunidad que se siente libre.

Es, pues, importante y necesario el papel que deben cumplir las organizaciones político-partidistas y seguramente los cometidos que emprendan deben ser con honestidad y responsabilidad; de otro modo, querría decir que están organizados (o reorganizados) conforme a intereses y conveniencias que no siempre son democráticos y dignos del pueblo.

 
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