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[Augusto Vera]

El llamado de la historia se llama ‘ciudadanía’


¿Qué es lo que ocurre en la historia boliviana (como en la de cualquier pueblo)? Ocurre algo que se llama complejidad. Esta complejidad es doble: la social y la propiamente histórica. La primera es una cuestión relativa a la nacionalidad y todavía, desde que somos país, está pendiente de ser resuelta, y la segunda ya ha llegado a un punto culminante, abriendo a la vez un terreno propicio para hacer una nueva forma de política. Sobre esta segunda complejidad es sobre la que hay que actuar en el corto plazo.

Ahora es la ciudadanía política el cuerpo político progresista. Todo socialismo clásico ha quedado en las sombras del conservadurismo. Esta situación es fruto de una corriente mundial, establecida por el fin de una lógica de choque y confrontación. La dialéctica de contrarios está en sus últimos estertores. Además, se debe saber que, dado que la historia es una serie de sucesos en la que los más de éstos caducan por su perduración en el poder, incluso el más denodado progresismo político queda reducido a conservadurismo en su más dura expresión cuando éste se empecina en seguir reproduciéndose en el mando. Las organizaciones ciudadanas en el mundo son ahora la vanguardia de una lucha que ya no se hace en las calles ni en los sindicatos, sino más bien en los colegios, en las universidades y en los cenáculos horizontales de decisión. Porque ya no debe ser menester haber militado con celo y ardor en un partido para tener voz y voto en las decisiones de un Estado, sino solamente ser un ciudadano libre y trabajador. Es tiempo de arriar las banderas de ideologías de las doctrinas antagónicas y enarbolar las de una contumacia esencialmente cívica.

Esto de lo que hablamos es, todavía, un ideal algo lejano, pero que ya debemos comenzar a perseguir. Debemos comenzar a hacer una relectura de la historia boliviana contemporánea (y del mundo también), para darnos cuenta que las pulsiones de izquierda-derecha del Siglo XX y de los albores del XXI, no nos llevaron a nada beneficioso que no sea crear un terreno propicio para una política de ciudadanos. Porque la descentralización, la horizontalidad y la democracia plena deben primar ahora.

Se sabe que cuando un gobierno asume el poder, siempre hay agentes externos hostiles o grupos de choque que lo quieren derrocar, que llegan a encarar una guerra encarnizada y sistemática. Pero, por otra parte, los gobiernos siempre tienen a su favor grupos sociales que los defienden; los socialistas y comunistas tuvieron a las masas obreras o campesinas; los fascistas, a los militares. ¿Quiénes debieran ser los centinelas de los gobiernos de ciudadanos? Pues los mismos ciudadanos. Y deberán salir a defender a sus gobiernos no de forma violenta, sino democrática. Deben hacer una contención y una defensa pacíficas. Es una rebelión, sí; pero no atenta contra los derechos de nadie ni transige la libertad.

Así como en la década de los 30 del Siglo XX se originó una ola de partidos políticos integrados principalmente por la clase obrera, que comenzaron a publicar tesis y manifiestos en torno a lo que se debía hacer según las necesidades del país, las nuevas estructuras políticas deben de aquí en adelante ser ciudadanas, siguiendo a la que ya se ha organizado en Bolivia de forma inédita en toda nuestra historia. La ortodoxia partidista ya no vale. Hablando de historicismo, el nuevo producto político, social y psicológico de acción es el ciudadano.

El maniqueísmo de toda tendencia partidista clásica, impreso en folletos, manifiestos y libelos, debe quedar relegado al campo de la literatura boliviana, como fuente para el estudio histórico, y no más con un fin práctico, como aún intenta hacer el masismo. El discurso de contrarios no es en absoluto llave para encontrar la solución para la Bolivia de este siglo. El nuevo evangelio de la juventud política comprometida con la nación debe ser el de la ciudadanía política como concepto y arma de lucha. El espíritu democrático y practicista, en otras palabras.

El autor es jurista y escritor.

 
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