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Mateo Garau S.J.: 70 años de impecable servicio

Gonzalo Mariaca Valverde

Como Director General del Colegio San Ignacio, el año 2006, consulté al Padre Mateo Garau, por entonces mi consejero espiritual, si la Curia permitiría que el personal del colegio realizara una ofrenda a la Pachamama, una k’oachada. Mateo dijo: “Por supuesto que sí, y será un placer acompañarlos para bendecir la mesita que seguramente están preparando”.

Mateo Garau a pesar de ser un jesuita de principios rígidos y como pocos, cumplidor de los votos de obediencia, castidad y pobreza de la Compañía de Jesús, resultó ser un sacerdote con amplia comprensión de la cultura y realidad nacionales. Me comentó que las creencias ancestrales y la fe en la Madre Tierra, de muchos sectores sociales del país, no eran contradictorias con la fe en Dios y Cristo su hijo, es más, para la Iglesia, la figura de la Pachamama como Madre que prodiga sustento a todo ser viviente en la tierra, equivalía al amor que nos brinda la Virgen María, que abraza y soporta amorosamente a sus hijos.

Una noche de febrero de aquel año, con el personal de servicio y los conductores de las góndolas, encendimos con prisa una gran fogata, alistando la ofrenda compuesta de abundante k’oa, lanas de colores, especies, cereales y las típicas figuras de dulce. No faltaron hojas de coca, seleccionadas en pares, macho y hembra, por sus formas puntiagudas o redondeadas respectivamente. Alcohol, vino e incienso, para completar nuestra reverencia. Nuestro pedido a Dios y la Madre Tierra, que la Comunidad Educativa esté protegida, que reinen buenos sentimientos y pensamientos positivos y que la Promoción tenga una obra social segura y edificante.

A punto de comenzar la ceremonia y ya contando con la presencia del querido Padre Mateo, se desató una tormenta, por lo que el colega que oficiaba de Yatiri, me pidió que echara alcohol a los leños y apuráramos el colocado del paquete ceremonial al fuego. Temeroso de que se apague la hoguera, no medí la cantidad de alcohol y lancé un grueso chorro apretando la botella plástica como chisguete. Una gran llama se desprendió rápidamente y con el viento en contra sentí que se chamuscaron mis cabellos, cejas y pestañas, pero lo peor de todo, al saltar hacia atrás como movimiento reflejo, empujé al Padre Mateo, que cayó pesadamente de espaldas al suelo.

¡No!, fue el grito de los presentes, Director, ¡mataste al Padre Mateo! Quedé paralogizado, si hubiera podido lanzarme a la hoguera lo hubiera hecho pero había la urgencia de socorrerlo, sabiendo que hace poco, una leve caída le había fisurado el tobillo. La contextura de Mateo siempre fue delgada, parte de su filosofía de vida, y por entonces ya estaba próximo a los 80 años. Podía haber pasado lo peor, sin lugar a dudas. Me acerqué para preguntarle cómo se sentía, clamando al cielo toda su compasión. Gracias a la Divina Providencia, Mateo estaba consciente, tocaba ahora ver cuántos huesos se había quebrado y sujetándolo con cuidado entre varios corpulentos saumadores, recibimos la segunda bendición de la noche, estaba intacto, completo, sin dolor alguno. Su célebre exclamación: “Tranquilos, estoy bien, he caído en los brazos de la Virgen María y la Santa Pachamama”.

Qué diferencia frente a tantos religiosos que satanizan las expresiones tradicionales de nuestro pueblo, qué grato recibir esa bendición comprensiva y qué hermoso fue vivir este milagro que una fe madura y contextualizada lo permitió para revitalizarnos y hacernos más conscientes.

Desde entonces, aunque ahora muy esporádicamente, recibo noticias del Padre Mateo, quien se encuentra en la Casa de Jesuitas de Cochabamba. Hoy vi un mensaje de él en el Facebook, se lo ve lúcido e íntegro, en buena hora, hay Mateo para rato.

Cientos o miles de calixtinos e ignacianos hemos tenido el privilegio de tenerlo como amigo durante estos 70 años de apostolado, dando testimonio de consecuencia y amor fraterno, de profundo respeto y consideración. Siempre coincidimos con los compañeros de promoción y luego colegas del colegio, que Mateo Garau es un auténtico santo y de los que no se dan ni una pequeña licencia, ni siquiera para levantar la voz. Siempre calmo y abierto, prácticamente disfruta las diferencias y la diversidad. Recuerdo que en su clase de filosofía, en la secundaria del Colegio San Calixto, mostraba preferencia por los que cuestionaban los dogmas de fe de la iglesia, en lugar de reprobarlos o evitarlos. Buena estrategia, postulé y fui seleccionado por Mateo como ayudante de cátedra, un papel al estilo universitario que suponía una mayor proximidad con el maestro, lo que precisamente permitía que quienes divergíamos, al menos procuráramos mayores fundamentos.

Mateo en su ejercicio sacerdotal, fue un símbolo de respeto y consideración, prodigando compasión y servicio también a comunidades desprotegidas. A los alumnos y sus familias, ni que se diga, siempre predispuesto a celebrar las ansiadas misas por el motivo que fuera. Inolvidables sermones, llenos de realismo y compromiso, era una delectación del espíritu y en verdad se salía renovado de la iglesia.

Saludo, pues, al querido Padre Mateo Garau, de alto calibre moral y amorosa existencia. Le agradezco por estos 70 años como jesuita y le manifiesto mi admiración por su obra social y espiritual como pocos religiosos en el mundo.

Gonzalo Mariaca Valverde es antiguo alumno del Colegio San Calixto.

 
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