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[Augusto Vera]

Contra viento y marea

Desconectados de la realidad


Todavía no salgo de mi asombro al haberme enterado de que tres diputados del oficialismo propusieron ante el Comité Nobel Noruego, como premio de la Paz, al presidente de la Argentina, Alberto Fernández. Y es que en medio de los disparates que se aprueban y que se hacen norma legal en el país, todavía hay que soportar despropósitos como los que motivan la presente nota.

Dicen los ocurrentes parlamentarios que Fernández salvó la vida de Evo Morales en ocasión del inventado golpe de Estado de noviembre de 2019 en Bolivia. Y a estas alturas resulta ocioso redundar en lo que realmente ocurrió en el país, por lo que quizá lo único relevante sea decir con certitud que ni Luis Arce Catacora sería presidente, ni Eva Copa estaría a un paso de ser la primera autoridad edil de El Alto, de no haber precedido un periodo sui generis, muy de acuerdo, pero absolutamente constitucional. El fraude electoral producido y comprobado por organismos internacionales del más alto nivel en el mundo y en la región, dio lugar a que, acorralado el entonces presidente Evo Morales, tomara la determinación unilateral, injustificada y desesperada de renunciar a su cargo e inmediatamente abandonar el país.

Hasta donde se sabe por propia boca, el ya entonces ex primer mandatario pidió asilo en México, donde estuvo residiendo por algún tiempo. El insólito fundamento de su postulación al Nobel de la Paz para Fernández, se funda en que fue él quien gestionó que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador le enviara un avión que lo salvó de la muerte.

Vamos a ponernos en el peor y simulado escenario de aquellos días, por lo que ante el caso –no admitido bajo ninguna circunstancia- de que la vida de Evo Morales haya estado en peligro, ¿justifica que alguien (presidente de un país circunstancialmente correligionario o cualquier persona) aspire al premio de más prestigio en el mundo, sólo por salvar la vida de otra persona? Y permítaseme hacer una digresión cuando sostengo aquello de “sólo salvar la vida de una persona”. Para la mayoría de la gente, incluido el que suscribe estas líneas, la vida humana es el bien más valioso al que se tiene derecho, mas resulta que en el mundo y a diario existen cientos de personas que salvan la vida de iguales cifras de sus semejantes y aun así, distantes sideralmente de aproximarse con un mínimo de mérito al codiciado premio.

Nuestro Parlamento está ante una desconexión de la realidad, en que oficialistas aprueban leyes indiscutiblemente de interés político-partidista obstaculizando la fiscalización con ardides antidemocráticos y una oposición que ante la abrumadora desventaja numérica no atina siquiera a la denuncia pública vehemente como instrumento supletorio de defensa de los intereses medulares de la patria.

Pero volviendo a la prosaica aspiración de ver a Fernández en Oslo recibiendo su presea y embolsando más de USD 1.000.000, no está por demás recordar a los admiradores proponentes que, en la dilatada historia del Premio, han sido ignorados por la Fundación personajes como Mahatma Gandhi, de quien no se requiere decir nada para saber la distancia que en todos los órdenes lo separa del presidente argentino. Pero también se hace inevitable mencionar que entre otros galardonados estuvieron gigantes de los derechos humanos y benefactores de la humanidad como Martin Luther King; Nelson Mandela; Theodore Roosevelt o Santa Teresa de Calcuta.

Pero este mundo admite todo y nuestros legisladores, en este caso oficialistas, deben estar apercibidos de que también fueron nominados Adolf Hitler, Joseph Stalin y Benito Mussolini, de los que tampoco es necesario mencionar sus prontuarios; empero hay que pisar tierra y no caer en ridículo, la vida de Evo Morales es tan valiosa como la de cualquier otro ser humano, pero para optar al Nobel de la Paz hay que hacer contribuciones sobresalientes a la fraternidad de las naciones, a la reducción de los ejércitos alzados o ser promotor de acuerdos de paz y no solo ser un complaciente anfitrión.

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.

Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender
la libertad y la justicia.
Reinició sus ediciones el primero de septiembre de 1971.

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