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¿A qué nos enfrentamos antes y después de las urnas?

Erick Fajardo Pozo

La Comunicación Política –saber operativo sospechado de ser un nuevo capítulo de hechicería y artes oscuras para iniciados en gerencia de procesos políticos– divide la realidad a intervenir en dos momentos: antes y después de los verificativos electorales.

Y aunque cada momento importa un tipo específico de “magia negra” –los procesos políticos previos a comicios son materia de la Comunicación de Campaña y los posteriores a la investidura lo son de la Comunicación de Gobierno– ambos componen un solo campo político en que las estrategias de poder y las dinámicas agente-estructura se ajustan, pero no cambian.

En regímenes de autocracia constitucional la judicialización es una estrategia de poder sostenida que en tiempo de elecciones buscará la inhabilitación del rival y, en la ocurrencia de un resultado adverso, buscará la inviabilización postelectoral de la administración opositora.

Pese a que la judicialización es innegablemente un ejercicio de necropolítica, pues en él importa tanto la acción jurídica magnicida como la efectiva mediatización de la destrucción del rival, su efecto último es genocida pues la disrupción creada cancela irreversiblemente los derechos políticos del constituyente y afecta de manera irreparable su calidad de vida.

La judicialización, como trabajo de muerte (Mbembe dixit), nos priva del derecho a ejercer democracia en tiempo de elecciones y nos empobrece el resto del tiempo.

Por todo aquello, en la perspectiva de una gobernanza estratégica interactiva kooimana, también la sociedad civil está compelida a asumir su rol de actor en este proceso y abrazar el sentido de complejidad/continuidad de la acción política, desechando la ficción neoliberal de que la participación ciudadana es episódica y se reduce a sufragar; asumiendo que su rol en la regulación del poder merece una estrategia tan consistente como la judicialización misma.

Delinear esa estrategia de poder de la sociedad civil pasa por asumir conciencia de su rol histórico e identificar que la resistencia es una acción estructural contra definiciones del establishment en un campo político específico, algunas de las cuales me permito elaborar:

A) Contra el cinismo autocomplaciente del usurpador que nos restriega en la cara que el orden constitucional es apenas una formalidad que estorba y que él todavía rige desde las sombras; contra su descarado regodeo de que “la ley la hace él” y que la justicia se ha convertido en su perra de presa; contra la soberbia de dictar sentencia publica a sus oponentes y la indignidad de que esta voluntad bastarda la acaten y ejecuten sus interventores en cortes y tribunales.

B) Contra la impostura de los comisarios políticos; agentes de vigilancia y obsecuencia del autócrata infiltrados en los órganos Judicial y Electoral, en las autarquías, en las organizaciones naturales, en el sindicalismo, en el periodismo y en el mismísimo tejido social con la labor de instalar encuadres falaces, vigilar la hegemonía de sus sentidos comunes y empujar a la autocensura al pensamiento disidente.

C) Contra la cultura política de la secuacidad; esa “oposición” que se plantea como alternativa retórica sin consecuencia política real; que, sometida al autócrata, accede a fingir en cohabitación con él a cambio de los mendrugos de la repartija del poder; esa que acepta secundar el escamoteo de la voluntad democrática de su propia comunidad, prestándose a la odiosa pantomima de pretender que un proceso electoral transcurre con normalidad cuando debajo de la parafernalia proselitista, magistrados deciden por el pueblo quién puede ser elegible y quién no y vocales tienen cifras cocinadas con la magra tajada de los secuaces.

D) Contra la resignación dóxica a un matrimonio arreglado después de la violación; a que nos impongan asistir a comicios sin virtud alguna después de habernos cancelado el derecho a elegir; a aceptar resultados manipulados, el retrasar la transferencia de mando e incluso el obstruir la gestión pública. Contra que nos digan que “hay que escoger” de entre los que quedan, después de arrebatarnos nuestra primera opción electoral.

En suma, contra fatalismo de autoinducirnos a creer que la parodia montada por el usurpador, sus comisarios políticos y sus secuaces es genuina y que votar por votar es todavía democracia, cuando lo que corresponde es resistir en las ánforas y vigilar permanentemente el respeto a esos resultados.

Lo nuevo con la gobernanza estratégica interactiva es que el campo político no es más el circo al cual atendemos a aplaudir, sino una arena en la que nos toca movilizarnos para defender el voto y proteger cada día nuestra voluntad soberana de las acciones de desestabilización desde el estado autocrático, sus interventores y sus secuaces.

Erick Fajardo Pozo es Analista y consultor político.

Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender
la libertad y la justicia.
Reinició sus ediciones el primero de septiembre de 1971.

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