[Ramiro H. Loza]

Por los fueros de la verdad histórica


La mixtificación de la historia es más frecuente de lo que se podría pensar y ello está ocurriendo con respecto al gobierno de la “Revolución Nacional” (1952-1964). En este caso la mixtificación se orienta hacia un doble objetivo: ocultar la implacable persecución política, los campos de concentración y tantos otros atentados de esos años y disimular los fracasos de las “conquistas revolucionarias”, principalmente en su contexto económico, socapa de políticos, comunicadores y escritores que para insuflarse un continente “revolucionario” no dudan en hurtar la verdad histórica, sin que hubieran faltado “historiadores” desdoblados de sus responsabilidades de gobierno para juzgar sus propios actos.

“Un pueblo en la cruz” de Alberto Ostria Gutiérrez, “Campos de concentración en Bolivia” de Armando Loayza Beltrán, “Bolivia un experimento comunista” de Alfredo Candia, “Bolivia la Cuba ignorada” de Mario Padilla, “Infierno en Bolivia” de Hernán Landívar, “Memorias Políticas” de Roberto Freire, etc., son libros que lograron editarse pese a la férrea censura movimientista. Están ahora agotados y no llegan a manos de las generaciones jóvenes de la pos-revolución, de modo que no es raro que éstas se dejen llevar por el mito de la “Revolución Nacional” y reverencien en sus altares a falsos profetas.

La mixtificación junto al pragmatismo de “la ley de las compensaciones”, intentan establecer un equilibrio entre la negación de los derechos humanos y las tres medidas del MNR -Nacionalización de Minas, Reforma Agraria y Voto Universal-, pero no hizo falta el transcurso de 60 años para enjuiciarlas con veracidad, porque más pronto que tarde el pueblo boliviano cargó sobre sus espaldas los errores y falencias de dicha política traducida en hambre, desocupación y envilecimiento de las moneda nacional con la consiguiente elevación del costo de vida, mientras un aparato publicitario -muy parecido al actual- intentaba convencer de lo contrario.

Tampoco es ajeno al tema constatar que las “conquistas” revolucionarias tuvieron un paralelo objetivamente comprobable por vías pacíficas a través de un natural proceso de evolución en los países latinoamericanos, sin que hubieran tenido que optar por el rompimiento de la legalidad, desterrar la institucionalidad, ni recurrir a la violencia revolucionaria que marcan a fuego el “doble sexenio” movimientista.

Si el Estado se nutría económicamente de las minas antes de 1952, a partir de entonces tuvo que echarse encima la pesada carga de mantenerlas, incrementando el endeudamiento externo para rehabilitar la minería estatal en constante deterioro, mientras sus administradores no sólo eran incapaces de detener el descalabro, sino que la corrupción contribuía a profundizarlo. El MNR reclutaba “milicianos” con el señuelo de convertirlos en trabajadores en condición de “supernumerarios” de las minas nacionalizadas, contingente cuyo costo económico imposible de seguir sosteniendo se transformó años más tarde en los actuales cultivadores de coca del Chapare a título de “colonizadores”, haciéndose pronto proveedores del narcotráfico.

La falta de previsión de una Reforma Agraria mal concebida y ausente del soporte tecnológico todavía repercute en la baja productividad del campo, su despoblamiento y el minifundio. El MNR, a la par, es responsable de la expulsión del agro de la clase media, proceso que cobró momentos dramáticos, terminando por cerrarle una fuente de trabajo que en otros países la sustenta. Estas medidas concebidas más para dañar a una clase social que para favorecer a otras, iniciaron la espiral de la lucha de clases que hoy se profundiza, haciendo de Bolivia, desde entonces, un país dividido en el que lamentablemente puede cumplirse la sentencia bíblica de que “Dios ciega a sus hijos cuando quiere perderlos”.

Lo más rescatable del MNR es el Voto Universal que, si bien, constituye una conquista, es inseparable de la manipulación de las masas analfabetas y del “voto negro” del que se valió el MNR para dar una apariencia inclusiva y democrática ante el exterior. La manipulación política sigue en píe bajo los mismos signos, sólo se ha perfeccionado los métodos y cambiado los actores políticos.

Entre los peculados del gobierno revolucionario, para escándalo de una sociedad que aun sustentaba valores éticos, destaca como distintiva una de las maniobras de Paz Estensoro a través del “maravilloso instrumento del poder” a fin de hacer emerger una “burguesía nacional”, por supuesto, no por el camino de la creatividad y el trabajo sino por los atajos del fraude. Se decretó el cambio diferencial del dólar para beneficiar a los más obsecuentes militantes oficialistas con la compra-venta de divisas baratas y su reventa en la misma puerta del Banco Central, fabricando fortunas de la noche a la mañana.

En un contexto como ese, la divisa llegó a cotizarse oficialmente en 12.000 bolivianos, de 190 en que la recibió el MNR en 1952. El complemento del negocio fueron los “préstamos de honor” no redimibles -en deshonor de su nombre- y el otorgamiento de cupos de artículos de primera necesidad para subastarlos al mejor postor a costa del hambre del pueblo. Mucho de aquellos años de infamia pasa por la fragilidad de la memoria colectiva, mientras la literatura calla por complicidad o por falta de valor civil para desenmascarar la mentira.

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