[Ernesto Murillo]

Entre el abuso y la condescendencia


Un perfecto sándwich, aprisionados por unos y por otros, ese es el actual estado de la población. Tiene que caminar para superar los bloqueos. No puede reclamar porque le caería una andanada de insultos. No sabe ante quién quejarse y el que debería defenderlo se hace el desentendido.

Claro está que la paciencia tiene un límite, un punto en el que la razón parece ceder ante el enfado, la pasión o la presión interna. Que recuerde, hay otras dos expresiones contundentes que reflejan este momento y suenan así: Tanto va el cántaro a la fuente, hasta que se rompe y gota a gota, se llena la copa; es que la paciencia tiene un límite.

Ayer, unos más que otros, muchos ciudadanos se sintieron abusados. No sólo se les privó del derecho a utilizar un transporte, sino que se les quitó el derecho a la transitabilidad, lo que de hecho es un delito.

Testarudo, inflexible, rudo, obstinado, implacable, el abusador impone su punto de vista e ignora el del otro. A él le asiste la razón en todo momento, al otro le corresponde acatar y callar.

Es que en la actual balanza social pesa más el capricho de 80 mil choferes que el derecho de casi dos millones de ciudadanos obligados diariamente a utilizar un medio de transporte en condiciones infrahumanas.

Los que imponen están ahora insatisfechos con la tarifa que pagan los usuarios, les recuerdan que ellos también tienen necesidades fundamentales y que lo que reciben no compensa su esfuerzo. Inventaron el verbo “trameo”, para reducir el trayecto inicial, olvidaron las tarifas para imponer un sistema de oferta y demanda a su conveniencia, dejaron atrás cualquier buen trato y dejan librado a su suerte al usuario que retorna a su domicilio más allá de la nueve de la noche.

Mira la escena el hombre de Tránsito, no interviene, lo suyo es “dejar hacer y dejar pasar”, al mejor estilo liberal. El ciudadano común preferiría que tome partido por el opresor, al menos sabría a qué sector está alineado, a quién apoya y luego se atendría a las circunstancias a la hora de buscar refugio.

A estas alturas el ciudadano no encuentra respuesta, sólo promesas. Le dicen que aguante, que vendrán tiempos de cambio porque nunca la noche es más oscura que cuando está pronto a amanecer.

Le han prometido buses que saldrán del centro rumbo a su barrio a cualquier hora del día, que no tendrá que viajar como un tullido dentro de minibuses pequeños, espera que llegue pronto un nuevo sistema de transporte en el que se sienta más seguro.

A estas alturas, el pésimo servicio que recibe le parece más cercano a la realidad que las promesas recibidas de las autoridades. Claro está que sería lindo eliminar todos los minibuses, dejar de lado el mal trato de los choferes, archivar su mala educación y garantizar un buen servicio de manera que se pueda llegar en minutos al centro de la ciudad, gracias a un buen trabajo de las autoridades de Tránsito, empeñadas en la seguridad de los ciudadanos.

Pero, terminar con la dictadura de los choferes, no de todos, porque hay algunos buenos, parece por el momento sólo un cuento de hadas.

 
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