[Manfredo Kempff]

Ecos carnavaleros


Escribo esta nota cuando el Carnaval, que en Santa Cruz se inicia con las pre-carnavaleras, no ha terminado todavía, porque, al mejor estilo boliviano, queda todavía por delante el Corso de Corsos de Cochabamba, y, naturalmente, el “domingo de carnavalito”, donde todavía los sedientos, a los que les faltó algo, pueden echarse al coleto algunos alcoholes.

Este Carnaval cruceño ha sido alegre, pero con la preocupación de lo que sucede con nuestros hermanos benianos que no dan abasto para detener las inusuales inundaciones que los han mortificado más que en los años anteriores. La visión de las reses moribundas ahogándose en el fango, y de niños nadando en lo que antes eran sus calles, conmueve hasta a los corazones más duros. Los cruceños -y los compatriotas en general- se han movilizado solidariamente aportando con todo lo que han podido para aliviar esa catástrofe.

Casi tan grave y doloroso como lo anterior ha sido el derrumbe de la pasarela colmada de gente en Oruro, en la mañana del corso, cuando todo el andamiaje se vino al suelo sobre los carnavaleros produciendo muertos y heridos. Los testimonios del accidente que está por investigarse, han sido impresionantes. Justamente la capital del folklore nacional, la ciudad que tiene como uno de sus principales ingresos económicos y fomento turístico el atractivo de su colorida y famosa “entrada” de Carnaval, se ha cubierto de luto.

Sin embargo, como sucede siempre, Bolivia bailó. Y Santa cruz no sólo bailó sino que estrenó el Cambódromo, una espléndida avenida perfectamente iluminada donde la belleza de las reinas y el decorado de las carrozas se destacaron con nuevos destellos y le dieron una mejor dimensión a la fiesta. No se trata de que todo hubiera estado perfecto en una obra inaugurada horas antes del corso, pero desde luego que estamos junto a algo que muy pronto mostrará sus condiciones de rapidez, soltura y seguridad que necesita la “fiesta grande de los cruceños”.

Los “Tauras” tuvimos la suerte de inaugurar el Cambódromo, gracias a que nuestro cofrade, Percy Fernández, es, como alcalde de la ciudad, quien dispuso la construcción de la obra y le correspondió entregarla. No estuvo presente el gobernador Rubén Costas, otro camarada rojinegro que, interpretando un sentimiento ciudadano muy grande, decidió no participar en el Carnaval por solidaridad con el Beni. Lamentablemente también estuvieron ausentes este año, por enfermedad, los más entrañables “tauras”, entre ellos nuestro presidente y vicepresidente.

Pero la fiesta brilló en el corso. Se prolongó, con mucha pintura y suciedad, durante los tres días siguientes. Las calles estuvieron abarrotadas de comparseros que no cesaron de bailar y divertirse. Algunos inadaptados que nunca faltan, provocaron peleas y mostraron una total falta de pudor ante el público, pero lo que más dolió fue ver cómo pintarrajearon cuanta pared, cuanto edificio estuvo a su paso. Son unos bárbaros a quienes se debería poner a la sombra cuando se les va la mano. En su afán depredador, retiraban los plásticos que resguardaban los domicilios particulares o propiedades del Estado, para, a propósito, provocar daño, pintando estúpidas consignas o groserías. Fue lo deplorable de la fiesta, pero al mismo tiempo hay que reconocer que es parte de su esencia en esta villa del Señor.

Lo cierto es que, no se produjeron más incidentes que los inevitables. Bandas y “musicones” se oían en todas las cuadras, los ¡hurras! de las comparsas llenaban el ambiente, y las peladas, aunque las hubieran pintado de arriba abajo, seguían bellas. No hay duda de que el carnaval es para los cruceños una enfermedad, pero una enfermedad benigna, que en vez de matarnos nos inmuniza contra otras plagas. Contra los males del estrés, de la melancolía, del desamor. Somos felices con lo que hacemos y no nos resienten en absoluto las críticas de quienes odian lo que les asusta.

Los “Tauras”, que ya no estamos para muchos trotes, no le hicimos ascos a nada. Banda y bebidas, espirituosas o no, a granel, pero, además, comida. En la quinta de Carlitos, volví a probar, después de añares, una deliciosa chanfaina que en Santa Cruz es algo que se está perdiendo. Es un guiso de morcilla, riñoncitos, corazón, panza, todo picadito y mezclado. Tuvimos la suerte de comer un arroz “tapado” suave y exquisito, al estilo de las abuelas. Y hasta fricasé, ese del bueno, con cerdito tierno, papa y mote, que no está embadurnado con ajo, evitando su olor impropio.

Se fueron las Carnestolendas y ahora corresponde moderarse aunque se extrañe el bullicio callejero, la banda que todavía pervive, las mascaritas que desaparecieron y sólo quedan en la memoria de los mayores, y los amores furtivos, de un día, de un beso, de promesas que se incumplen y no ofenden, porque son propias de la locura del Carnaval.

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