FAMA Y AMOR

Los amores de Albert Einstein



Elsa Löwenthal y Albert Einstein.

Fue uno de los personajes más destacados del siglo XX, pero más allá de las fórmulas matemáticas y la teoría de la relatividad, el científico alemán tuvo una vida familiar y sentimental de lo más agitada. Un libro descubre la faceta más desconocida del físico.

Albert Einstein fue uno de los genios más admirados de todos los tiempos, un tipo afable con divertidas excentricidades que reinventó la Ciencia para descubrirnos una nueva forma de mirar el Universo y la relación espacio-tiempo. Pero de su vida privada poco se sabía hasta que salieron a la luz 4.000 cartas escritas a sus amigos y familiares a lo largo de sus 76 años de vida. 

En ellas se revela un Einstein pasional que poco tenía que ver con la imagen del científico puro y sin sexo que se presuponía a un hombre eternamente enfrascado en ecuaciones y problemas científicos. Se calcula que mantuvo al menos 10 amantes, además de sus dos esposas, a lo largo de su vida. A pesar de que algunas de ellas reconocieron que no era un compañero fácil, todas coincidieron en que resultaba imposible resistirse al atractivo del genio.

La obsesión por la excepcional mente de Einstein llevó a los científicos a estudiar su cerebro al milímetro –una vez recuperado, porque el patólogo que hizo su autopsia lo robó y no lo devolvió hasta 43 años después–. Pero también su carácter emocional es un misterio. 

LOS PRIMEROS AÑOS CON MILEVA

Aunque escribía apasionadas cartas de amor a sus parejas al principio de sus relaciones, al poco tiempo comenzaba a alternarlas con otras en las que mostraba cierto desdén hacia ellas, pasando del amor al odio con relativa facilidad. Ocurrió sobre todo con Mileva Maric, su primera esposa, por quien se enfrentó a sus padres en una abierta declaración de amor que duró menos de lo que ella hubiera deseado. 

Mileva era la única mujer que estudiaba en el Politécnico de Zurich, donde Einstein acababa de entrar. Era tres años mayor que él, tenía una dislocación congénita en la cadera que le hacía cojear y para la mayoría de los hombres no resultaba especialmente atractiva. Pero también era muy inteligente y sentía pasión por las matemáticas y la ciencia, dos cualidades que Einstein supo apreciar en contra de la opinión de sus padres, que preferían como esposa a Marie Winterler, su primera novia conocida, a quien dejó después de empezar a citarse con Mileva. Como describe Walter Isaacson en ‘Einstein, su vida y su universo’ (editorial Debate), ambos eran intelectuales que buscaban como amante a alguien que fuera a la vez compañero, colega y colaborador, y pensaron que eran almas gemelas. 

En aquella época, sus cartas mezclaban pasiones románticas con entusiasmos científicos. Solían ser cariñosas, pero el joven Einstein, que entonces tenía 21 años, no omitía la opinión de sus padres acerca de ella en un peculiar intento de demostrar a Mileva que su amor estaba por encima de todo. 

«Mis padres lloran por mí casi como si me hubiera muerto. Se quejan de que yo mismo me he acarreado la desgracia por mi devoción a ti. Creen que no eres sana», le decía en una carta. Unos meses más tarde Mileva se quedaba embarazada y un año después del nacimiento de su primera hija, a la que Einstein no llegó a conocer –sus biógrafos creen que lo más probable es que la dieran en adopción–, se casaban en Zurich.

CELOS Y DIVORCIO

Los años más prolíficos de Einstein, en los que Mileva le ayudaba resolviendo los problemas matemáticos, coincidieron con la mejor época de la relación. Sus problemas económicos parecían ir perdiendo peso desde que un amigo del científico le encontró un puesto en la Oficina Suiza de Patentes, y aunque tenían sus más y sus menos, disfrutaban el uno del otro. Pero unos años después del nacimiento de su hijo Hans Albert y de la publicación de sus primeros ensayos científicos, empezó a levantarse un muro entre ambos. 

Los celos de Mileva, la mayoría de las veces justificados, jugaron un papel importante en el deterioro de la relación. Especialmente después de que Einstein volviera a encontrarse con su prima Elsa, ahora divorciada y madre de dos hijas, a la que no veía desde que era un niño. Empezaron una relación de la que Mileva no tenía certeza, pero sí sospechas, y tras el nacimiento de Eduard, el segundo hijo del matrimonio, la situación se hizo insostenible. Sobre todo cuando el físico decidió trasladarse junto a toda la familia a Berlín, donde vivía Elsa. «Trato a mi esposa como a una empleada a la que no puedo despedir; tengo mi propio dormitorio y evito estar a solas con ella», decía en una de sus cartas. 

Tras una discusión, Mileva se trasladó a casa de unos amigos de la familia. Einstein le envió entonces un ultimátum en el que le decía que sólo podrían vivir juntos de nuevo si ella se encargaba de que su ropa se mantuviera limpia y él recibiera sus tres comidas en su habitación; su dormitorio y su estudio fueron de uso exclusivo de él; ella renunciara a que fueran de viaje juntos; y sobre todo, si Mileva se comprometía a no esperar ninguna intimidad por parte de él. «A cambio, te garantizo un comportamiento correcto por mi parte, como el que tendría con cualquier mujer extraña» concluía. 

Aunque Mileva quiso aceptar las condiciones y firmar el documento pensando que quedaba alguna posibilidad de arreglar su situación, finalmente se dio cuenta de que su relación era insalvable y firmó un acuerdo de separación por el que Einstein se comprometía a pasarle la mitad de su principal salario. Mileva y sus dos hijos se marcharon a Zurich, dejando a Einstein llorando en la estación de tren donde los había despedido. A pesar de su reputación de ser un hombre inmune a los apegos humanos, en sus cartas confesó que aquella experiencia le resultó muy dura.

ELSA, SU SEGUNDA ESPOSA

La revista Time no dudó en nombrarlo personaje del siglo cuando terminaba el año 1999, reconociendo la genialidad de un hombre que había revolucionado el pensamiento científico. Fue ese mismo pensamiento el que le sirvió de refugio cuando su mundo familiar se desmoronoba. 

Un año después de despedir a sus hijos en la estación de tren, su genio volvía a explotar, deduciendo que la gravedad no era una fuerza, sino una deformación del espacio-tiempo en su teoría de la relatividad. Y se declaraba exultante de felicidad. Mientras tanto, su relación con Elsa continuaba aunque no tenía intención de casarse con ella por más que Elsa le presionara. 

Finalmente, cuatro años después de su separación, Einstein cedía y pedía a Mileva el divorcio a cambio de una pensión superior a la que estaba recibiendo y una tentadora oferta: «El premio Nobel –en el caso de que me lo otorgaran– te sería cedido en su totalidad». Mileva acabó aceptando –finalmente obtendría el dinero del Nobel sólo dos años después–, y Einstein se casó con Elsa cuatro meses más tarde.

Ella lo acompañó el resto de su vida, ejerciendo de compañera perfecta. Según cuenta Isaacson en su biografía, Elsa le decía cuándo comer y a dónde ir, le hacía las maletas, le distribuía el dinero en efectivo y ejercía de protectora para aquel hombre que ella llamaba «el profesor» o simplemente «Einstein». Eso permitía al físico pasar horas y horas ensimismado en sus trabajos, prestando más atención al cosmos que al mundo que lo rodeaba. 

Pero que Elsa lo comprendiera y quisiera colmarlo de atenciones no significa que tolerara sus infidelidades. Al menos, que las tolerara con gusto. El matrimonio hizo construir una casa en Caputh, cerca de Berlín, donde Einstein guardaba su velero. Aquel era su refugio preferido, y allí lo visitaban a menudo sus amantes a pesar de que Elsa no estaba muy conforme con la situación.

Una de ellas fue Toni Medel, una rica viuda que en ocasiones navegaba junto a él en Caputh. Como a Einstein no le importaba mucho lo que los demás pensaran de su vida privada, se presentó con ella en el teatro. Y ese tipo de relación casi pública sí molestaba a Elsa, que en una ocasión tuvo una fuerte discusión con su marido, al que se negó a dar dinero en efectivo cuando la limusina de Toni Medel llegó a casa Einstein para llevarlo al encuentro de su amante. 

Sin embargo, a su manera Einstein apreciaba mucho a Elsa y se divertía con ella. Por eso, cuando murió al año siguiente de que ambos fijaran su residencia en EE.UU., Einstein se sorprendió echándola de menos más de lo que nunca había imaginado, según confesó a su amigo Peter Bucky poco después de su muerte.

SUS AMANTES CONOCIDAS

«Todo lo que es realmente nuevo uno lo inventa en su juventud. Después te vuelves más experimentado, más famoso y más zopenco», le dijo a un amigo tras terminar su trabajo sobre relatividad general y cosmología. Entonces tenía 36 años, y aunque la frase parece describir a un Einstein menos apasionado por la vida, lo cierto es que nunca dejó de disfrutar de ella con sus amigos y con una larga lista de amantes. 

Cuentan quienes estaban cerca de él que mientras sus compañeras no le plantearan ninguna exigencia y él tuviera la libertad de acercarse o no a ellas, podía tener una aventura sin problemas. Pero si tenía que ceder parte de su independencia, la historia se acababa.

Así fue como mantuvo una relación durante varios años con su secretaria, Betty Neumann, con quien fantaseaba que podría vivir en la misma casa que él y Elsa. «Yo convenceré a mi esposa de que lo permita», decía. Cuando ella le contestó que aquello era una barbaridad, él le respondió en tono de broma: «Tienes más respeto por las dificultades de la geometría triangular que yo, un viejo matemático». 

Su siguiente secretaria, la fiel Helen Dukas, fue cuidadosamente seleccionada por Elsa. Otra de sus compañeras fue Ethel Michanowski, una mujer de la alta sociedad berlinesa que le hacía ostentosos regalos que molestaban a Einstein –cuando Elsa se enteró de esta relación se enfadó con su marido pero aún más con la propia Ethel, de quien era amiga–.

Pero en su listado de amantes destaca Margaret Lebach, una austríaca con quien Einstein mantuvo la más publica de sus relaciones extramaritales. En una carta a la hija de Elsa, Margot, por quien Eisntein sentía mucho aprecio, llegaba a confesarle: «De todas las mujeres, sólo me siento realmente apegado a Frau L (refiriéndose a Lebach), que es perfectamente inocente y respetable». 

Esta solía llevar pasteles para Elsa cuando visitaba a Einstein en Caputh. Ella respondía yéndose a Berlín de compras mientras durara la visita. Ya siendo viudo se embarcó en una aventura con la rusa Margarita Konekova, de quien Einstein no sabía que trabajaba como agente secreta. Fueron amantes hasta que ella regresó a Moscú, cuatro años después de haber iniciado su relación.

 
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