[Severo Cruz]

Chile no inspira confianza


Tomás O’Connor d’ Arlach, en su libro “Los Presidentes de Bolivia - desde 1825 hasta 1912” (Gonzales y Medina editores, página 245), relata que Ismael Montes permaneció prisionero en territorio chileno luego de haber combatido, “con denuedo”, en la batalla del Alto de Alianza. Entonces no ostentaba algún grado militar.

En consecuencia, él experimentó, en carne propia, la actitud de menosprecio que asumió siempre el vecino con los bolivianos, gobernantes y gobernados. Tal como hoy se manifestaron en forma despectiva en contra de Bolivia, y en contra de su reivindicación marítima en particular, los Merino, Piñera, Muñoz y tantos otros.

E inclusive “en el Parlamento chileno se oyó (en 1962) voces de que era necesario utilizar una bomba atómica para terminar con los indios de Bolivia” (Jorge Alejandro Ovando Sanz: “Diplomacia en mangas de camisa - En defensa del Litio”, La Paz, 1987, pág. 11).

Montes, pese a la experiencia incómoda que le tocó vivir en aquellos ingratos momentos, no tuvo otra opción que ceder, ya en su condición de dignatario de Estado constitucional, a la presión del poder oligárquico chileno, firmando y promulgando el ominoso Tratado de Paz y Amistad, de 1904, atentatorio contra los supremos intereses nacionales. En verdad éste fue formalizado bajo presión del invasor.

No fue casual que Abraham Konig le haya escrito, en 1900, al ministro de Relaciones Exteriores de Bolivia, Eliodoro Villazón, lo siguiente: “No podemos esperar más. El Gobierno y el pueblo de Chile consideran que han esperado con paciencia. Nuestros derechos nacen de la victoria, la ley Suprema de las Naciones”.

En este marco la imposición chilena, en el aludido Pacto, en el Artículo II reitera: “Por el presente Tratado quedan reconocidos del dominio absoluto y perpetuo de Chile los territorios ocupados por éste en virtud del artículo 2do. del Pacto de Tregua de 4 de abril de 1884. El límite de Sur a Norte entre Bolivia y Chile será…” (Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto: “Las Fronteras de Bolivia – Compilación de Tratados vigentes sobre límites”, 1941, pág. 43 y 44).

Chile pensó que con la suscripción de dicho tratado había llegado a su fin el conflicto marítimo y que Bolivia nunca más abriría la boca para reclamar la restitución de su derecho en el Pacífico. Y que él detentaría a perpetuidad nuestro territorio costero. Pensó que habían retornado la paz y la amistad bilateral, pero, por el contrario, la suspicacia hizo de la suyas desde entonces. Es que Bolivia jamás renunciaría ni renunciará a su cualidad marítima. Prueba de ello es la demanda que ella interpuso en La Haya exigiendo que chile cumpla con sus compromisos de devolver al país su salida libre, útil y soberana, al mar.

En suma: la palabra de Chile sobre un posible entendimiento en el tema marítimo no nos inspira confianza, debido que, como bien sabemos, actuó con felonía, en todos los tiempos, cuidando estrictamente sus intereses más oscuros y la prueba de ello es el Tratado de 1904.

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