Tribulación del Presidente

Gastón Ledezma Rojas

Con motivo del acto efectuado en la Plaza de la Revolución de la Habana para rendir su homenaje al ex presidente de Cuba, Fidel Castro Ruz, se efectuó una masiva concentración para despedir la urna conteniendo sus cenizas con destino a Santiago de Cuba, donde serían inhumadas, con el realce visto y leído en los medios de información.

Uno de esos homenajes estuvo a cargo de algunos mandatarios de naciones que pronunciaron sendos discursos, cada cual poniendo de relieve aspectos referidos a vínculos de amistad, confraternidad y cultural de diversa naturaleza entre las naciones y la personalidad del ex presidente Castro durante los casi sesenta años que detentó el Poder.

Lo que constituyó una marcada diferencia con esas fúnebres expresiones, fue la tribulación y aflicción de nuestro Presidente del Estado que consternó a muchos circunstantes del acto y, particularmente, a nuestro país; empero, lo que no dejó de sorprender son sus expresiones estrictamente personales e íntimos sentimientos que fueron yuxtapuestos y adosados, desnaturalizando la calidad de su representación como Mandatario de un Estado Soberano, con sus privadas y personalísimas tribulaciones.

En efecto, recuérdese que el Presidente del Estado en ejercicio, don Evo Morales Aima, ha concurrido a las honras fúnebres del ex Presidente de Cuba, en virtud a su elevada investidura, por sobre todas las consideraciones de afecto y admiración personal que le profesaba. Tal como se ha sabido a través de las informaciones, el Presidente, obviamente acongojado, le reclamaba a Fidel: ¿Quién me enseñará?, ¿Quién me cuidará?, ¿Quién me reflexionará? y otras expresiones tan recónditas e íntimas como las transcritas. (1.12.2016).

Ese reclamo podría quedar plenamente justificado, si acaso no hubiese exclamado como Jefe de un Estado soberano que siempre demostró altivez y orgullo con otros personajes; el mismo señor Maduro y otros, fueron cautelosos en sus discursos.

Sin enfocar desde el ángulo ético y burocrático -como dicen los estudiosos de la Teoría de la doble personalidad-, la calidad de la personalidad en Derecho público es distinta de la personalidad en Derecho privado. (Teoría de la Representación).

El más alto Magistrado de la Nación debe ser, por antonomasia, celoso guardián de sus prerrogativas, y efectivo cancerbero de la calidad que inviste como representante del pensamiento de toda una Nación. En otros términos, el Mandatario de la Soberanía popular, se constituye en el vigía de la dignidad, pundonor, decoro y orgullo que son los atributos del pueblo. De ahí que la mesura y prudencia en el trato de país a país -de jefes con ex jefes de Estado- no debe salir del protocolo de respeto, porque los sentimientos y gestos de vínculos personales y extraoficiales son, precisamente, extraoficiales.

El reconocido columnista Alejandro A. Tagliavini escribió “Cuando los políticos juegan a ser dioses”, artículo que, caracterizándose por su objetividad, muestra a cabalidad la personalidad del burócrata estatal a propósito del último y penoso accidente aéreo, y de otras catástrofes sucedidas, situaciones en que ingresa en juego la duplicidad de actuaciones en una misma persona.

Por su importancia, se glosa la transcendencia de algunas conclusiones a las que llega Tagliavini en ese artículo: “Un burócrata, un político, al fin de cuentas es una persona que coactivamente se arroga el derecho (o la “responsabilidad) de tomar decisiones por muchas otras personas”. Al respecto, prosigue refiriendo que “Al profesor de psicoterapia Eduardo Keegan le tocó atender a muchos que tenían fuertes depresiones tras dejar su cargo. Mucha gente mezcla su cargo con el estatus personal. El teléfono sonando, la secretaria y un auto con chofer son manifestaciones del estatus. Cuando se pierde el poder, se da el fenómeno opuesto: nadie le hace un café. Mientras que son políticos, olvidan y hasta sacrifican a sus familias y, por cierto, siempre se van sabiendo que no han logrado sus propósitos. Es que es imposible lograrlos: es que su “autoridad se basa en la coacción (en el monopolio de la violencia) y con violencia no se construye nada”. Tal la referencia a la doble personalidad en la representación.

La doctrina administrativa habla de la Teoría de la Representación que, al tratar de ésta, hace expresa referencia a los modelos de Derecho Privado como su base natural subrayando la existencia de dos elementos que integran el órgano, la persona jurídico administrativa a quien la norma legal le otorga competencia y el individuo físico, que en representación de aquella, manifiesta su voluntad. Este principio conduce claramente a que en esa persona, por virtud de la representación que inviste, solo existe una voluntad, porque no puede hablarse de la actuación de “dos sujetos y dos voluntades en forma independiente”.

Se impone lo expresado a fin de recordar que esta clase de imprudencias en un acto de trascendencia, no es bien recogida más por extraños que propios y en provecho de la sobriedad y mesura de cualquier género de representación.

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