Plaga de langostas en La Paz

Mi corresponsal en el Palacio Real de la plaza Murillo se acercó a mí con mucho sigilo y me dijo en la oreja: “le cuento, compadrituy, que la terrible plaga de langostas que asoló muchos campos cruceños ha llegado a la ciudad de La Paz, pero hay una orden de nuestro Jefe Evito de no difundir tan terrible noticia porque la población paceña ya ha soportado muchas penurias…”.

La primicia periodística de la sagaz bambina cochabambina me dejo turulato, para no decir “coxuater”, que es mala palabra y está prohibido decirla delante de damas, sean éstas cholitas o birlochas.

Cuando pude salir de mi asombro, pedí a la periodista palaciega mayores detalles acerca de la plaga de langostas que, al ser fumigadas, del Oriente pudieron llegar a La Paz, ciudad andina que vive a 3.600 metros sobre el nivel del mar.

De acuerdo con la “cosmovisión” que le han impuesto a la periodista en ese palacio embrujado, donde algunos se creen dioses, todo comenzó cuando el audaz e irreverente piloto se lanzó a bombardear al cielo para hacer llover en esta hoya andina a un precio módico, lo cual causó enojo a San Pedro, guardián de aquellos parajes donde reina la paz absoluta.

Según Macacha, a partir de entonces comenzaron a aparecer en el Palacio Real las primeras bandadas de langostas que lograron meterse en los despachos palaciegos, también en los pasillos y hasta en la Sala de Prensa, donde está su despacho que está presidido por dos grandes fotografías, una de Evo Morales y este periodista ya pasado en años, aunque siempre enamorado de la vida.

Las langostas que invadieron el Palacio Real son aquellos amigos y partidarios del presidente Evo, bichos voraces que llegaron a “mamarle las tetillas” al Jefe, como él denunció ante una gigantesca reunión de áulicos, que al no caber ya en el Palacio Real tuvieron que hacerlo en un espacio destinado a exposiciones.

La noticia primicial de mi discípula corrió cual reguero de pólvora y se convirtió en vox populi: la plaga de langostas que asoló los campos cruceños ya llegó a la ciudad de La Paz y ha transformado aquellos bichos en funcionarios y empleados públicos dispuestos a devorar el tesoro público y también el privado… y están dispuestos a quedarse quinientos años.