La economía desde el piso 25 del BC

Raúl Rosales V.

La posibilidad de una importante polémica sobre aspectos que rigen la economía del país, se estaría gestando entre el Presidente del Banco Central y un “ex funcionario” de esa institución, autores de algunas opiniones emitidas en medios de comunicación. Por un lado, el “ex funcionario” sostiene que los empleados del Banco Central “solo se deben estar ocupando de mirar las reservas y contemplar el Illimani desde el pliso 25” y “no se aplica “un tipo de cambio deslizante” o sea que “no flexibiliza el tipo de cambio” como recomiendan los funcionarios del FMI. Por otro lado, la autoridad bancaria asegura no se procede en ese sentido debido a que la política “que se está ejecutando ahora contribuye con eficacia al ofrecimiento con estabilidad y justicia social”, pues se basa “en que se ignora las diferencias entre la adopción de decisiones soberanas y el acatamiento de recetarios extranjeros”.

En su argumentación, el presidente del Banco Central, Pablo Ramos, insiste en que, según la Constitución, el Banco Central es responsable de mantener la estabilidad del poder adquisitivo interno de la moneda boliviana y que en los períodos de “cambios estructurales” es una tarea “harto difícil”, por lo que “resulta ineludible abandonar las políticas ortodoxas (…) y es preciso dejar de lado recetarios que desde el exterior pretenden implantar…”.

Los criterios de los polemistas son antagónicas, pero al parecer ambos se alejan de la realidad, pues no se toma en cuenta que “los elevados índices de crecimiento económico con estabilidad de precios y eficaces medidas distributivas” no tuvieron origen en esas “políticas económicas”, sino en subestimados y providenciales factores externos.

En efecto, esos “elevados índices de crecimiento económico” no se deberían a las causas que considera el gobierno, sino a los extraordinarios ingresos que tuvo el país desde el año 2005 por la fantástica alza de los precios de las materias primas, ventaja jamás conocida por gobiernos anteriores, cuando esos precios eran ínfimos, seguían cayendo, no llegaban a cubrir los costos de producción y mantenían al Estado en bancarrota. En efecto, el estaño subió de dos a 15 dólares la libra, el petróleo de 20 a 150 dólares el barril y así sucesivamente otros productos de exportación, produciendo la bonanza que registró la economía nacional hasta que vino (¡minuto fatal!) la caída de los precios del gas, petróleo, estaño, etc.

Ese extraordinario ingreso de dinero desde el extranjero duró diez años. En cambio, la producción interna se vino a pique o creció de forma insignificante. Por tanto, la bonanza no vino de dentro sino de fuera. Es más, cuando terminó dicha alza de precios la economía se vino al suelo.

No serían, por tanto, “el abandono de prácticas ortodoxas”, “dejar de lado los recetarios” de origen externo, “ni la soberanía monetaria” los que causaron el “crecimiento económico”, sino los ingresos extraordinarios por el alza internacional de los precios de las materias primas. Por consiguiente, atribuir a otros factores dicho crecimiento sería demasiado optimismo y sería oportuna una aclaración, así los polemistas no ven el fondo del problema.

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