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El poder de la palabra

José Antonio Navia Alanez

Todos sabemos que el trabajo es una necesidad humana y social. El trabajo es, pues, de origen divino. En el capítulo dos del libro Génesis del Antiguo testamento se habla de la creación de Adán y Eva, a quienes Dios colocó en el paraíso para que trabajen y cuiden de él. Así también en el trabajo aprendemos valores como puntualidad, responsabilidad, respeto y cumplimiento. Pero al ir al trabajo cada mañana y cuando pasamos por algún puesto de venta de periódicos leemos noticias como: Niña fue violada por su padrastro, Policía mató a su mujer, Profesor fue detenido por acoso sexual, etc. Ante estos titulares de grande preocupación debemos preguntarnos qué está pasando con nuestros principios morales, por qué la sociedad está tan ingobernable en lo moral. Este malestar de nuestra época se traduce en un estado de lamentable desorientación que tiene muchas causas, y lo más doloroso es la carencia de orientación.

Frente a esta sociedad decadente, marcada por una amoral permisiva (crisis de valores), que arruina y deteriora la convivencia de la sociedad, es el momento de formarnos en valores y actitudes, porque practicarlos da sentido a nuestros actos y guiarán nuestra conducta, según la razón y la fe, así llegaremos a formar una sociedad justa, con paz, justicia y fraternidad.

Por estas angustias que está soportando nuestra sociedad, se ha descuidado soberanamente su educación, por ejemplo respecto a una de las palabras más importantes del idioma: NO. Sabemos que “no” denota negación, pero tiene un gran valor, si sabemos utilizarlo bien. El uso de esta palabra puede ser motivo de una gran esperanza, frente al deterioro de la moral pública. No debemos olvidar que la familia es el medio más favorable para la práctica de los valores, como gratitud, integridad, paciencia, respeto, unión, colaboración. Cultivando valores llegaremos a formar sociedades fuertes.

Hoy en las familias ya no se practica la comprensión, el autodominio, por esto en muchos hogares existen las sombras de la inseguridad, amargura y maldad. Lamentablemente las familias de hoy están pasando por un mal momento, de crisis de valores y así van desapareciendo las grandes virtudes que siempre deberían reinar en los hogares. Ante este clima psicológico, parece evidente que la tendencia a la maldad se está adueñando de las familias, por lo tanto debemos extirpar el mal de la mente, debemos aprender a declarar una negativa rotunda frente a ciertas exigencias que están fuera de la moral.

Otro factor importante es, pues, la práctica del buen pensamiento, que consiste en aflorar el conocimiento interior del bien y del mal, que nos permitirá evitar toda malicia que nos quiera dominar. La primera escuela formadora en valores es el hogar, donde se forjan y se moldean nuestros hijos, su conducta, para que ellos tengan una formación en virtudes como agradecimiento, caridad, cariño, compasión, democracia, discernimiento, honradez, respeto y tolerancia. Así también aprenderán a decir no en algunos casos. No olvidemos que una niña o un niño a los dos años comienza a hacer demostraciones de su identidad. Un niño a esta edad ya puede pedir un dulce, entonces debemos aprender a decir no a nuestros hijos, ya que muchas veces cedemos ante este pedido, lo complacemos, y ya nos hemos equivocado, pues si la próxima vez no le damos lo que quiere, es seguro que hará un berrinche. Como padres debemos admitir que a nuestros hijos no los hemos disciplinado desde pequeños; muchas veces permitimos que ellos salgan con su gusto, siempre decimos ya, nos cuesta decir no. Pero algunas veces debemos aprender a decir no a nuestros hijos. Por ejemplo si dice “quiero jugar con mis amiguitos”, la respuesta debería ser; no, primero haz tus tareas. Si dice “quiero ver un programa de televisión”, que primero haga las tareas que le dieron en la escuela, etc.

Cuando los niños son disciplinados mediante un proceso de condicionamiento, los resultados pueden ser halagadores, porque se logra silencio, calma, obediencia, orden. Veamos un poco más allá, y me refiero a los jóvenes de hoy. Ellos se volvieron consumidores de la tecnología moderna (celulares, internet). A ellos no les importan los cambios sociales, económicos, políticos, e incluso religiosos y lo peor es que descuidan su educación moral y carecen de una madurez. Ellos no aprendieron a decir no a la malicia, a la decadencia, para ellos enamorar es un juego, una burla. Sin embargo el enamoramiento es un proceso en el aprendizaje de la convivencia, pero no es un compromiso, aunque enamorar debe ser respeto, trato, comprensión.

Cuando los jóvenes enamoran tienen un dicho muy común, “si me quieres, demuéstramelo”, es aquí donde las jovencitas deben hacer valer su negativa y decir no a esta propuesta machista. También los jóvenes deben tener temor a toda malicia o daño propuesto que puedan ocasionar al prójimo y se deben oponer con un rotundo no a todo pecado social, y así podrán actuar con moderación, justicia y piedad.

Uno de los problemas de hoy en las instituciones públicas y particulares es, pues, el abandono, y la falta de práctica de los deberes éticos morales. Por estas falencias se ve el deterioro de la moral pública. En las instituciones estatales, los empleados tienen una mínima formación en valores, y casi nada de conciencia moral. Lamentablemente algunos tienen actitudes negativas, que llegan a la maldad o la inmoralidad, al pecado. Todos estos antivalores alteran la conciencia de la sociedad. Frente a todas estas actitudes negativas se debe hacer prevalecer el rechazo, con un rotundo no a toda prebenda. Si cada uno tuviera conciencia crítica, actuaría con madurez, y encontraría un sentido a la vida y la práctica de los valores lo orientaría a su autorrealización. De esta manera se contaría con personas dignas dentro de la sociedad.

 
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