Llegamos a otro aniversario más de la patria, cuando no existe mucho de qué alegrarse porque no hay cambios para destacar ni se ve un horizonte claro, y, por el contrario, aparecen nubarrones que se ciernen sobre nuestras cabezas. Bolivia siempre ha sido un centro de experimentos políticos, un conejillo de indias, donde se ha probado las fórmulas más descabelladas de política y economía, de reivindicaciones sociales, con los resultados que están a la vista luego de tantos años de vida republicana y los tiempos agregados del Estado Plurinacional.
Somos campo fértil para montar reiteradas iniciativas irresponsables, como las que vivimos hoy. Nacionalizamos la Standard Oíl un año antes que Lázaro Cárdenas lo hiciera con los petróleos mexicanos; estatizamos la minería privada desafiando al capital mundial, aunque pagando su precio contante y sonante; repartimos las tierras de los pequeños latifundistas liquidando el agro productivo y sumiéndonos en una carestía de alimentos; tomamos el gas producido por capitales extranjeros pagando su costo y ahuyentando inversiones. Esa fue la vida de esta nuestra Bolivia cerril, cimarrona, que no deja de existir, y que busca la menor oportunidad para encerrarse dentro de su concha, como una almeja amenazada, alejada del mundo. Ahora, más atrevidos, los plurinacionales hasta se animan a dar recetas al resto del planeta para “vivir bien”
Los bolivianos nos proclamábamos trostkistas, marxistas, fascistas, nazis, cuando España respiraba todavía la pólvora de su guerra civil y cuando la II Guerra Mundial estaba en plena matanza. Demócratas y fascistas, por entonces, lidiaban en las calles paceñas o se enfrentaban en el Congreso. Y hoy, pese a que hemos probado de todo tipo de veneno, transitamos por el populismo más complejo, que rechaza todo lo republicano y que dice ser la panacea a través de su revolución “democrática y cultural”. ¿No es una historia curiosa e indescifrable la de Bolivia? ¿No obedece a un pensamiento intrincado de nosotros los bolivianos? ¿No corresponde a cabezas difíciles de entender por su complejo discernimiento?
Estamos digiriendo muy mal nuestra Historia. Estamos reinventándola en base a premisas falsas. Y la Historia no se la puede reconstruir con falacias y embustes. No es saludable para ninguna nación someterla a mentiras agraviantes que hacen carne en la ignorancia popular. En ese sentido S.E. ha sido negativo, porque, al desconocer la Historia él mismo, ha prestado oídos a una serie de oráculos prestos a ignorar nuestro pasado reemplazándolo por uno nuevo, pero falso. El libre acceso y el dominio sobre las masas incultas ha sido el caldo de cultivo que el MAS necesitaba para tratar, por todos los medios, de enterrar una época calificada de oligárquica o neo-liberal que quiere borrar de un plumazo; una era que se la presenta como la suma de todos los fracasos, sin ninguna virtud. Esa suma de frustraciones, es, para el MAS, todo lo establecido por los criollos en la Bolivia republicana y mestiza que transcurre entre 1825 y el 2006, que tuvo un rostro y una piel que no era, según los filósofos del MAS, la de sus verdaderos dueños, los “originarios”. Un absurdo total.
Esta farsa nacionalista y folclórica la repetiremos nuevamente en Potosí y en el resto del país. ¿Seguiremos aceptando mansamente tanta falta de criterio? ¿Vamos a continuar inclinando la cabeza ante ofensas que se hace contra el devenir del país? Afortunadamente, desde el 21-F, desde el corazón de la mayoría de los compatriotas, ha surgido un nuevo sentimiento que se resiste a seguir los discursos extraviados de quienes, adornados de guirnaldas floridas, han decidido aferrarse al poder. Hoy la gente protesta abiertamente ante el desparpajo con que los masistas ignoran el voto popular, que les dijo que ya bastaba, que era hora de que buscaran nuevos candidatos y que de una vez respetaran la Constitución.
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