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[Alberto Zuazo]

Sin nociones de urbanismo


El desempeño de las funciones municipales no tiene que reducirse a cobrar impuestos, a imponer multas a comerciantes modestos ni a exigir ciertas obligaciones a los propietarios de inmuebles. Su tarea abarca algo más, que es el urbanismo, palabra que, al parecer, se la ignora o no se la practica en el ejercicio de aquellas funciones.

El urbanismo implica poner en práctica el cumplimiento de los requisitos para cuidar la calidad de las ciudades, de hacer que sean bien tratadas las paredes y muros de los inmuebles, de las aceras y del estado por lo menos aceptable de las avenidas y calles, de manera que no estén colmadas de huecos, de desniveles y menos de basuras.

A manera de mayor ilustración propia y ajena, es siempre bueno acudir a los diccionarios, pues ocurre que a veces no se emplea con frecuencia ciertas palabras o términos, o se los pone de lado si se los conoce, peor todavía cuando no se los emplea, pese a que se los conoce, por falta de obligación o siquiera de algún interés para ampliar el buen empleo del lenguaje.

El urbanismo no concluye con el tema de las viviendas, de las vías ni del buen comportamiento social en la circulación peatonal. De acuerdo con el diccionario, representa también “al conjunto de medidas técnicas, administrativas, económicas y sociales que se refieren al desarrollo armónico, racional y humano de los poblados”.

Empero, estas líneas no tienen el propósito de abordar estos temas, tienden a ser muy reducidas, para ocuparse solamente del mal estado de calaminas en la zona de Obrajes, que pretende ser un área residencial, es decir de inmuebles de buena calidad y de ocupantes con cierto nivel social y económico, por lo que puede entenderse que es un barrio de alguna selectividad.

Sin embargo, esto no ocurre precisamente, porque hay dueños de lotes de terrenos, o de empresas que construyen inmuebles y edificios de pretendida calidad y elegancia, pese a lo cual le conceden la apariencia de un villorio de calaminas, por lo general en estado de deterioro y parcialmente sin guardar su integridad.

Una vez más, resulta pertinente recordar al extinto ex alcalde de La Paz don Mario Mercado, quien otorgó a El Prado la calidad del mejor paseo que tiene la ciudad, con sólo disponer un mayor ordenamiento en los jardines, hacer colocar un buen piso, aunque sin pretensiones de lujo y, por último, instalar monumentos no precisamente de adulonería, sino de alguna elegancia y calidad artística. No más de siquiera media docena. Pero con ello le dio atractivo y buen aspecto.

De manera que sin incurrir en gastos excesivos y menos de algún alarde de riqueza, sólo se preocupó porque tengan cierta vistosidad y buen gusto. En lo que se empeñó ha sido en otorgar algún atractivo al paseo, que hasta entonces lucía como cualquier lugar de tránsito peatonal y nada más.

A pesar de ese pequeño empeño, el paseo ahora está convertido en lugar de vivienda, con la instalación creciente de casuchas de lona, nada menos que frente a todo un Ministerio, como es el de Justicia. Inicialmente, durante algún tiempo, era una sola, ahora se ha ampliado a unos cuatro ambientes, con lo que se puede suponer que se comparte con alguna familia más, a menos que se incluya la tenencia de una sala de estar.

Como pretexto luce unos carteles como si sus habitantes fueran unos héroes que lucharon contra delincuentes, guerrilleros o alguien que estaba fuera de la ley, pues no habría otro pretexto para tratar de justificar que nada menos que el principal Paseo de La Paz sea trocado en vivienda de algún héroe. Si se trata de ello, muchos de ellos más podrían instalarse en el lugar, si es válido tener algún mérito para convertir El Prado en un asilo de pobres, pues tendrían mayor justificativo social.

Y si se quiere pensar mal, que no es lo mejor que puede ocurrir, la única explicación que se podría dar es que el ocupante privilegiado de una casucha de lona en el mejor paseo de La Paz, tendría que ser por lo menos ahijado del alcalde Luis Revilla, pues en última instancia es la autoridad que tiene que preocuparse de la buena conservación de la ciudad y con mayor razón nada menos que del principal paseo de La Paz.

A propósito, ¿sería posible que esto ocurra en la Plaza de Mayo de Buenos Aires, en La Alameda de Santiago, en la quinta avenida de Nueva York o en La Bastilla de París? Obviamente, no. Además, La Paz no pretende semejarse a ellas, pero aun en su modestia, por lo menos tiene que prevalecer el buen gusto y hacer que El Prado de La Paz no sea un reducto del atrevimiento, menos que su autoridad municipal ni siquiera la estime como un lugar sencillo, pero libre de excesos y torpezas.

 
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