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[Luis Antezana]

El “bonapartismo”, último recurso de Maduro


El sistema político que intentó poner en aplicación la “revolución bolivariana” de Hugo Chávez, con el nombre de “Socialismo del Siglo XXI”, se estancó en sus primeros pasos por dificultades internas y, finalmente, quedó agotado ante la muerte del caudillo, a quien sucedió Nicolás Maduro, que heredó un estado de cosas insalvable, al cual el nuevo gobernante trató de poner a salvo con los mayores esfuerzos, aunque ya no pudo resucitar al muerto.

De todas maneras, el sucesor de Hugo Chávez recurrió a medidas heroicas y organizó una Asamblea Constituyente, paralela al funcionamiento del Congreso, el que siguió funcionando, respaldado tanto por su legitimidad como su legalidad, pero sin mayores poderes políticos.

La solución de la Constituyente y la convocatoria a dudosas elecciones para un nuevo gobierno (que fueron consideradas como un golpe de Estado) parecieron poner fin a la crisis, pero la medicina resulto peor que la enfermedad, originando que el Presidente electo, Nicolás Maduro, tenga que buscar nuevas fórmulas para salir del embrollo. Ese milagroso descubrimiento fue el llamado “bonapartismo”, procedimiento que se desenterró de los fondos de la historia y ya había sido aplicado con algún éxito en la Europa decimonónica, pero que esta vez fue como la fábula del lobo y las ovejas.

A mediados del siglo antepasado, el Emperador de Francia, Luis Bonaparte III (sobrino de Napoleón Bonaparte), empeñado en mantenerse en el poder, recurrió a un golpe de Estado, pudo seguir gobernando en medio de agudos problemas que derivaron en una comedia. No fue más que un acto de fuerza que cayó como un rayo en un día de sol y que sus aliados lo consideraron como un suceso sin paralelo en la historia, como obra de un talento sin par, mientras sus críticos lo vieron como producto de otras condiciones, pese a tratarse de un personaje mediocre y grotesco, capaz de representar el papel de héroe.

En todo caso, ese gobierno fue inestable y solo pudo mantenerse en el poder mediante la táctica creada por Bonaparte, táctica que recibió el título de “bonapartismo”, consistente en movilizar al lumpen proletariado bajo el nombre de “sociedades de beneficencia” y “movimientos sociales” y, de esa manera, tener una tabla de salvación para sobrevivir. El mismo Bonaparte se eligió como jefe de ese lumpen, pues era el único que podía representar los intereses de esa masa de saldos y deshechos de todas las clases. En esa forma, Bonaparte III concebía la historia de los grandes pueblos como una comedia, en el sentido más vulgar de la palabra, en que los disfraces y caretas ocultan lo más bajo y vulgar.

La palabra bonapartismo constituyó el arma secreta de gobiernos dictatoriales que se apoyan en el lumpen, el aparato del Estado y el ejército, a despecho de la voluntad de la democracia. No solo eso, sino que esas sociedades secretas, respaldadas y financiadas por el gobierno para restaurar el viejo orden de cosas, se movilizaban con recursos estatales y vivían a expensas de la nación.

El bonapartismo, producto de ideas utópicas, propias del infantilismo de izquierda, tabla de salvación del agonizante gobierno de Maduro, resultó ser un problema de cuchillo y tenedor que puso a su jefe entre la espada y la pared y demostró que es imposible hacer marchar la historia contra el movimiento de las manecillas del reloj. Todo esto permite concluir que cuando una dictadura se encuentra entre la espada y la pared, utilizando la táctica del terrorismo, usando a las organizaciones sociales, al ejército y la burocracia, la presión mediante el monopolio de los medios, la persecución al periodismo, etc., termina inevitablemente en la derrota.

 
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