[Luis Antezana]

Que el reloj de la plaza funcione como antes



El nuevo reloj en cúpula del Palacio Legislativo, centro de la vida económica y política de Bolivia, ha originado hilarante polémica, en relación con el aparato y el tema del espacio y el tiempo.

La instalación del nuevo reloj reveló el trasfondo del pensamiento de sus autores y ha puesto al descubierto su concepción política (y filosófica) sobre el espacio y el tiempo, que consideran como categorías del espíritu absoluto. Esa actitud oficial considera que el tiempo es reversible e independiente del espacio, que son independientes de la materia y cada uno existe de por sí. Sostiene que tiempo y espacio no tienen conexión con la naturaleza.

Choquehuanca, en una concepción filosófica metafísica (anti dialéctica), indica que existirían dos tiempos: el del reloj del norte y el del reloj del sur y que el planeta tierra está dividido en dos hemisferios: norte y sur, en la misma forma en que están divididos los hemisferios cerebrales del hombre y concluye que “nuestros relojes debían girar como nuestro reloj, a la izquierda, es que no estamos en el norte”.

Así, lo que ha puesto en discusión el reloj plurinacional es un choque entre dos posiciones, que el espacio y el tiempo son reales o si son ambigüedades que sólo existen en la mente del hombre. En ese sentido, el pensamiento oficial niega el carácter objetivo del tiempo y el espacio y los sitúa en dependencia del contenido personal del individuo. Ve el asunto como forma a priori de la contemplación de los sentidos y así esa manera de ver la cuestión del tiempo y el espacio es arcaica y subjetiva. También esa idea cae en una forma de subjetivismo que considera el espacio y el tiempo fuera de la realidad y niega que materia, movimiento, tiempo y espacio son inseparables.

Con la instalación del reloj con movimiento de sus manecillas hacia atrás, se ignora que nuestro planeta demuestra el avance del tiempo y, por tanto, no existen dos tiempos (el del norte y el del sur) y tampoco un tiempo que marcha en una dirección y el otro en la opuesta. Esa idea, típica de la ideología populista, desconoce que el tiempo marcha sólo en dirección adelante, es irreversible, o sea que todo el proceso objetivo se produce en una dirección, vale decir del pasado al futuro, de atrás hacia adelante. El progreso de la ciencia ha comprobado la inconsistencia de la idea que sostiene que el tiempo y el espacio existen en forma independiente de los procesos materiales y cada uno por su propia cuenta.

Además de esa concepción antojadiza que separa el tiempo del espacio y los aísla de la naturaleza material, que niega la relación que existe entre tiempo y espacio y, por tanto, niega que movimiento, tiempo y espacio son inseparables, cae en el absurdo. Se trata de una afirmación contraria a la establecida por la física moderna que ha desechado las arcaicas representaciones del espacio como un recipiente vacío y del tiempo como único en el universo infinito. Asimismo, niega la lógica que es reflejo de la realidad en nuestra mente.

La imposición dictatorial del uso del nuevo reloj trata de imponer la vieja idea de que tiempo y espacio son una contemplación de los sentidos. Desconoce, en su puerilidad, que el espacio es tridimensional. Desprecia el conocimiento de que el espacio expresa el orden en que están dispuestos los objetos que coexisten. Así mismo, ignora que el tiempo consiste en la sucesión en que van existiendo los fenómenos y que el movimiento constituye la esencia del espacio y el tiempo.

El argumento de que varían nuestras representaciones acerca del tiempo y el espacio es usado por esta ideología metafísica. Sirve para hacer creer que el desarrollo de la sociedad humana puede retroceder a la noche de los tiempos, que las piedras tienen sexo, que la coca es mejor alimento que la leche, que los libros “muerden”; que las universidades no deben existir, que el tiempo marcha hacia atrás, etc. Se niega así la realidad objetiva de las cosas y se adopta concepciones de los filósofos preclásicos que identificaban el espacio con el vacío o como algo absoluto, que siempre está presente en todas partes, que es igual e inmóvil, mientras consideraban al tiempo como fluyendo uniformemente.

Es cierto que al proyectarse la luz del sol sobre nuestro planeta produce una sensación distinta del tiempo en los dos hemisferios y hasta es cierto que los incas utilizaron un reloj de sol cuya única manecilla apuntaba de derecha a izquierda, pero esa idea no permite negar que la tierra y nuestro sistema planetario, junto con el universo, marchan hacia adelante; que tiempo y espacio son las formas básicas de la existencia de la materia; que el tiempo es uno solo e irreversible, que todo proceso material desarrolla del pasado al futuro.

Ante las apreciaciones anti científicas en sentido de que el tiempo marcha hacia atrás y la historia humana retrocede de la democracia al feudalismo, al esclavismo y al ayllu, es necesario retornar a la sensatez y demandar que el antiguo reloj de la plaza Murillo sea repuesto en su lugar y vuelva a reflejar que la vida marcha no para atrás sino hacia delante, a no ser que aceptemos a la sentencia de Daniel Salamanca: “En las espaldas de este pueblo se puede sembrar nabos, sin que nadie proteste”. Por eso, el reloj verdadero debe ser instalado nuevamente.

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