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[Ignacio Vera]

La espada en la palabra

Labor del biógrafo


Hace algún tiempo yo hice de biógrafo. Hice una biografía de un hombre público boliviano, lo cual me sigue llevando a pensar cuál debe ser en realidad la labor de un biógrafo, para qué se escribe biografías y cómo debe ser hecha una biografía de una manera satisfactoria, tanto para el público lector cuanto para su mismo autor.

Hasta ahora en mi vida leí muchas, porque me fascina el género y porque, para elaborar la que elaboré, me debía empapar de lo que los más grandes hacen para escribir las suyas. Leí a Plutarco, Zweig, Ludwig, D’Hondt, Safranski e Isaacson, entre los que más me gustan. En Bolivia hay uno estupendo: Fernando Diez de Medina.

Hay una confrontación de concepciones a este respecto entre Ludwig y Diez de Medina, porque mientras el primero dice que cuando hay vacíos en la vida de alguien el biógrafo debe dejar sin nada esos vacíos, el segundo cree que cuando eso ocurre el biógrafo debe apelar a la imaginación para rellenarlos. Así lo demuestran su Hechicero del Ande y, sobre todo, su Arte nocturno de Víctor Delhez. Cuando yo me enfrenté a vacíos cuando escribía mi libro, apelé a lo que hacía Diez de Medina, y el resultado dio una biografía novelada que, hasta ahora por lo menos, me satisface.

Pero ése es solamente un dilema metodológico o de realización. Hay muchos otros. Sobre el enfoque primordial que un biógrafo debe tener, Ludwig dice que se debe tener un cuadro completo, porque, como decía Goethe, “Nos esforzamos en vano en describir el carácter de un hombre; en cambio si reunimos sus acciones y sus hechos, se nos presentará un cuadro completo del carácter”, lo cual no es tan cierto, porque juntando solo hechos y acciones a veces no se deja ver el carácter tanto cuando se juntan anécdotas y sentimientos. Además, lo cierto es que hay buenas biografías que se enfocan más en la humanidad que en los logros y hechos objetivos de una persona.

Lo que sí es muy importante, como dice también Ludwig, es no restringirse en ninguna reja moral, sino más bien aceptar al hombre en su contradicción; no sacralizar la existencia humana ni hacer estatuas de hombres inmaculados; saber que a veces lo que más obra en un hombre es su accionar en el aislamiento que su obrar ante la mirada de todos. El biógrafo debe ser un historiador más verídico que el mismo historiador de hechos y sucesos, que pinta cuadros de los tiempos pasados, y debe estar situado más allá de la moralidad.

Si todos tenemos a los clásicos grecolatinos como dechados de intelectualidad y pensamiento, no los tengamos como dechados de biógrafos; lo que sucede con el género de la biografía es que éste ha ido mejorando con el transcurso de los siglos, al menos en algunos aspectos. El biógrafo antiguo hacía de su biografiado un héroe, lo cual lo aleja de la realidad. La biografía moderna es más acuciosa. Antes se leía, por ejemplo, que Bismarck nunca había mentido y que Goethe había tenido una vida tan bella como su mismo arte… Hoy se sabe que eso no fue así. Para encontrar solamente la grandeza están las enciclopedias.

El hombre en el claroscuro, en la miseria y en la virtud, es no solamente el más real sino además el más encantador. ¿Qué es la naturaleza humana sino un balance entre pecado y virtuosismo? ¿Y qué más bello que contar eso a los lectores? Todo hombre descollante lleva dentro de sí un Mefistófeles y un ángel. ¿Goethe dejará de ser Goethe por haber llevado una vida de cortesano? ¿Beethoven ya no será Beethoven por haber sido un ególatra? ¿Napoleón dejará de ser Napoleón por haber guardado en su pecho un afán de gloria personal desmedido? ¿O Newton ya no será él por haber mandado a varias personas a la horca? ¿Einstein ya no tendrá su puesto en la historia por haber sido mujeriego y un padre mediocre? Es más; quizá esté en esas cosas de sus apasionantes e increíbles vidas algo de su éxito.

El autor es licenciado en Ciencias Políticas.

 
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