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II

Género y lengua

Miguel A. Román

Este género indeterminado se manifiesta más comúnmente lejos del lenguaje escrito y con frecuencia en la intimidad de nuestro pensamiento, donde sonaría extraño que decidiésemos llevar el coche a que lo vea “un mecánico o una mecánica”, casi tanto como si mentalmente advirtiéramos que “el cartero o la cartera” nos ha debido extraviar un envío importante.

Y es que, al margen de los ciudadanos y ciudadanas, compañeros y compañeras, calagurritanos y calagurritanas, y otros grupos que comúnmente gozan de las ventajas de ser la mitad varones y la otra mitad mujeres, el lastre masculinizante del castellano se pone de manifiesto sobremanera y toma un sentido más evidentemente sexista cuando se alude a profesiones y cargos que tradicionalmente han sido desempeñadas por un sexo, pero que paulatinamente vienen recibiendo conquistados por el otro, tanto que dudamos si emplear “bomberas”, “soldadas” o “pilotas” sean feminizaciones aceptables. Esto no afecta dolosamente solo a la mujer, sino también al hombre.

No hace mucho escuchaba el buen humor con que se consideraba con orgullo “matrona” un diplomado en esta especialidad sanitaria, pero por igual trance pasaron ya los “azafatos” (no está en el DRAE) o los “prostitutos” (así figura en el DRAE, aunque “puto” lo define solo como al que atiende clientela de su mismo sexo), y ello por no nombrar los “amos de casa” (acepción que tampoco el diccionario académico concede al masculino y sí al femenino). Una curiosidad en esta línea es “modista”, vocablo que designa al profesional de la moda cualquiera que sea su sexo, pero la homofóbica sociedad ha obligado al hombre que ejerce dicha actividad a acogerse al masculino forzado “modisto” para protegerse de cualquier sospecha de tendencias sexuales “anómalas”, mientras que no se ha creído necesario obrar de igual forma con taxistos, electricistos, dentistos o periodistos, presuponiendo su virilidad aunque ejerzan profesiones terminadas en “-a”.

Como atenuante para este “delito” del lenguaje, hay que recordar que la mayor parte de los sustantivos colectivos son femeninos: la humanidad, la manada, la sociedad, la clase, la población, la comunidad, etc. Todo esto digo como simple constatación y, por supuesto, sin aportar a este ¿problema? solución alguna, que no creo que la haya. Tampoco parece factible forzar el uso de la lengua “por decreto”, como igualmente no creo que pueda culparse a los hablantes que usan de su idioma tal y como se lo han enseñado. Debo suponer que el mejor remedio, al menos el que está realmente en nuestras manos, es educar a las generaciones que tenemos a cargo en una mentalidad libre de discriminaciones y a usar adecuadamente el lenguaje, con lo que esa pera madurará hasta caer por sí sola, aunque no es probable que nosotros lo veamos.

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