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El poder, una cuestión de salud pública

Joaquín Saravia

En nuestro medio, los análisis políticos se hallan generalmente a cargo de politólogos, sociólogos y antropólogos. Llama la atención que los psicólogos no participen de ellos, no obstante que algunos hechos políticos tendrían una explicación más pertinente desde su mirada profesional.

El poder es un objeto de estudio que merece un punto de vista diferente; mucho más cuando en los últimos años algunos países latinoamericanos registraron en su interior la presencia de regímenes y presidentes con fuerte adicción al poder y que desde una visión psicológica sería calificada como síndrome de hubris. Pero lo que más llama la atención es que esa inclinación haya conducido a la materialización de gobiernos patológicos, que conceptualmente se denominaría patocracia, un sistema gubernamental forjado por una pequeña minoría patológica que toma el control de una sociedad de gente normal a través de un proceso de “ponerización” o infiltración psicopática que puede terminar corrompiendo y destruyendo la sociedad.

Pero hablar de patocracia implica necesariamente mencionar a psicópatas y sociópatas. Describir la personalidad de éstos resulta una tarea sobrecogedora. Según la psiquiatra María Sánchez, éstos carecen de conciencia y de apego a normas morales o éticas. Emocionalmente son fríos, egoístas e irresponsables.

Usan el lenguaje para encantar, manipular, convencer y provocar compasión. Se creen mejores y más inteligentes que los demás, que tienen derechos especiales y que las normas no deben aplicarse a ellos. En la política, utilizan las diferencias religiosas, étnicas, ideológicas o de clase para abusar del poder, iniciar guerras y exterminar sociedades enteras, sin importar sexo, raza, ocupación o clase social.

La estructura social de estos gobiernos posee también una fuerte impronta sociopática. Aparte de los psicópatas y sociópatas están los vulnerables, personas de baja estabilidad psíquica, sugestionables, impulsivas o dependientes.

Portadoras de creencias rígidas, visión maniquea y posiciones extremas. Guardan profundos resentimientos y deseos de venganza. Luego están los facilitadores, encargados de mostrar las obras del gobierno y realizar propaganda sistemática. Se personifican en doctrinarios, empresarios, periodistas, analistas, militares, religiosos, futbolistas, artistas, académicos, etc. Todos, buscando su vez, materializar sus propios intereses acogiéndose y reconociéndose instrumentalmente en la figura del psicópata.

Como se puede ver, la patocracia puede conducir un proceso de psicopatización colectiva llamada ponerización, una extensión del mal que puede terminar corrompiendo a toda la sociedad. El tiempo aquí juega un papel fundamental, pues, mientras más tiempo un grupo patológico se mantenga en el poder, mayor será el peligro para la sociedad.

Es por esas razones que el poder -bajo aquellas características- es visto como un problema de salud pública, no sólo por la presencia de individuos con alteraciones psicológicas, sino porque sus acciones desde la situación de poder acarrearían altos costos para la sociedad, la democracia y la economía.

Algunas medidas que se podrían tomar para prevenir conductas patológicas en esferas políticas serían: Primero, alejar a grupos y políticos patológicos del poder racionalizando los periodos de gobierno y evitando las nefastas reelecciones.

Segundo, consolidar instituciones fuertes y sólidas debe ser un objetivo irrenunciable, y ello anulará o neutralizará las tentaciones de controlar el poder bajo discrecionalidad personal.

Tercero, impartir educación política y difundir valores democráticos para la adquisición de una actitud crítica y racional ciudadana con el fin de eliminar la cultura del autoritarismo.

Cuarto, acompañar a los análisis políticos y sociológicos los aportes de la endocrinología, fisiología humana, química cerebral, psicopatología, medicina legal y los que ahora ofrecen la neurociencia y la epigenética.

Identificar al psicópata en situación de poder no es suficiente, es necesario identificarlos también en carreras electorales, donde algunos, pasando por candidatos, pueden ser también portadores de elementos patológicos.

El autor es sociólogo, investigador y docente universitario.

 
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