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Teatro y cine

Las caras detrás de carrera por los Goya

> Miles de jóvenes llegan a Madrid con la idea de triunfar como actores y luchan por mantenerse sólo trabajando de ello


ALUMNOS DE ÚLTIMO CURSO DE LA ESCUELA CRISTINA ROTA.
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Madrid (El País).- “No nos han enseñado a vivir con la frustración y esta profesión es todo el rato eso”. Así resume la actriz Ana del Toro, granadina de 27 años, los años que lleva detrás del sueño que persiguen miles de jóvenes: trabajar sólo como actores. Aterrizan en Madrid buscando ser una chica Almódovar, trabajar en una compañía teatral o, simplemente, tener un sueldo digno por contar historias que les emocionen. Detrás de los destellos del escenario, llevan en la cabeza dilemas, fatigas emocionales y trabajos precarios para llegar a fin de mes. El éxito para ellos no es ganar un Goya, sino conseguir vivir sólo de actuar.

Ana y Marta Puertos son las fundadoras de Premiere, una asesoría que orienta a los actores tanto en la parte artística como en la legal. El reconocimiento que buscan los principiantes, aseguran, no son una estatuilla: “El premio de honor para el 95% de los actores es trabajar en unas condiciones dignas”, asegura Marta, especializada en derecho de la propiedad intelectual. “Piensan que aquí en Madrid alguien va a ir a preguntarle en el Mercadona si quieres salir en su película, y no es así”, explica Ana.

Sila Sicilia, coruñesa de 31 años, se mudó a Madrid hace seis años para probar suerte en lo que ella llama “el Hollywood de España”. Desde entonces, ha trabajado como dependienta, taquillera y camarera, y ha creado su propia serie, Clara Cortés, su alter ego. “Los que han estudiado en Madrid”, explica Sicilia, “nos llevan ventaja a los que venimos de fuera y empezamos de cero”. Lo que se crea en las escuelas madrileñas, cuenta Román Méndez (Valencia, 35 años) son “familias teatrales”, un círculo de futuros profesionales que les puede abrir puertas para castings y proyectos. Irene Domínguez (La Rioja, 32 años) reconoce que sí le ayudó venir a estudiar con 18 años a la capital: el director de Los Números Imaginarios, compañía donde trabaja, es de su promoción de la Real Escuela Superior de Arte Dramático (Resad).

Pero los que han nacido, crecido y estudiado aquí, discrepan. El actor Nacho Aldeguer (34, Madrid) es el fundador de la productora Bella Batalla (Hijos de Grecia, #AboutLastNight) y ha hecho piruetas para mantenerse trabajando también como doblador y músico. No considera su posición privilegiada: “No prima la identidad madrileña. La gente que viene de fuera se siente de aquí en el primer momento. Ni siquiera para las subvenciones priorizan que seas madrileño”. Roberto Fernández, también autóctono, le quita importancia al lugar donde te formes o donde nazcas. El secreto, para él, es tomar la iniciativa: “Hay actores que piensan que por venirse a Madrid a estudiar ya lo tienen todo hecho, y no. Después de ese momento hay dos tipos de actores: los que esperan a que les llamen y los que crean por sí mismos”, cuenta.

Este actor de 25 años habla con conocimiento de causa: cuando estaba “muerto de asco” porque su teléfono no sonaba, escribió una serie. Lú Belmonte es la historia de una ex diva de la pantalla a quien ya nadie conoce. El primer capítulo lo grabó el verano de 2019, lo subió a Youtube y la buena acogida le ha llevado a empezar con el resto de episodios. Su sustento económico son las clases particulares que imparte, pero no duda de su meta: “Me he frustrado pero nunca he dudado de querer ser actor”.

Ana Del Toro encarna a la protagonista, una exdiva de la pantalla que encarna y caricaturiza la misma lucha que ella lleva a las espaldas. “Yo intento no llevar la frustración igual que Lú Belmonte. Ella es soberbia y borde. Yo intento llevarlo bien porque ya sabía que iba a ser así”. A pesar de los traspiés, promete, tampoco ha dudado nunca de querer vivir actuando.

“Nunca ningún actor esperó que lo llamaran”, explica Cristina Rota, profesora desde hace 40 años en la escuela que lleva su nombre. Es el camino que también tomó Aldeguer cuando hace tres años montó Bella Batalla: “para trabajar en cosas que siento que me tocan el alma”. Todas las piruetas que ha dado trabajando como doblador y como músico han sido “por la necesidad de creación artística pero también por la necesidad de puto comer”, explica el actor madrileño.

Los círculos del teatro madrileño no sólo se forman en las escuelas de la capital, también en las de provincias. Tanto Sicilia, de Coruña, como Del Toro, de la Escuela Superior de Arte Dramático de Granada, tienen un grupo de Whatsapp donde se intercambian audiciones, convocatorios o habitaciones libres para alquilar con sus compatriotas y compañeros de profesión. Méndez tiene el grupo, pero también tiene el bar: María Pandora, en Las Vistillas, donde se reúnen los actores valencianos para compartir penurias y consejos alrededor del camarero, el actor Jorge Silvestre.

Pero las amarguras son las mismas, vengan de donde vengan los actores: no conseguir vivir solo del teatro. “Sí que a veces pienso en dejarlo, volverme a Galicia y estudiar otra cosa”, reconoce Silicia. Si se le pregunta por su objetivo final, apunta alto: “Yo lo que quiero es la carrera y la cuenta bancaria de Penélope Cruz”, dice riendo. “Ser una chica Almódovar o una chica Sorogoyen… pero mi sueño de verdad es trabajar con Tarantino”, afirma.

Méndez, que actualmente trabaja en la ficción La patética historia del niño piña en cinco actos, en Nave 74, se ha mantenido como ayudante de dirección o animador en promociones, y sólo ha conseguido vivir de su profesión durante alguna temporada. Su idea del éxito no es ser conocido, sino la estabilidad económica. “En esta inestabilidad me vienen dudas de si valgo para esto, de si toda mi vida es mi profesión o es algo más. Y ahora estoy en un punto en el que me he comprado una camilla para dar masajes”, cuenta el actor valenciano.

El próximo sábado 25, todos verán la gala de los Goya con sus amigos, también actores. Sicilia llora todos los años viendo los discursos. “Pero son trampa”, explica Sicilia, “los nominados quizás han hecho sólo esa película en el año, y de eso no se vive”. “Cuando quieres un Goya no lo quieres solo por ese momento, sino por la carrera que piensas que hay detrás”, continúa la actriz gallega.

Pero cuando se cierra el telón, todos hacen malabares para mantener el ánimo y la nómina a flote: “Hay algo de la idea del éxito que no te esperas”, apunta Domínguez, “que es esa parte de tú solo llamando a puertas manteniendo tu ego a pesar de doscientos rechazos”. Méndez tiene cerca a uno de los afortunados que han entrado en la codiciada lista de esta edición: Nacho Sánchez, nominado a mejor actor revelación. “Yo lo hablo mucho con él”, cuenta, “y es verdad que a veces los premios dependen de la suerte”.

El propio Méndez recuerda cuando le dieron el galardón a mejor actor revelación de la Asociación de Actores de Valencia, y se acuerda de la frustración posterior: “Dos días después estaba promocionando una marca de pasta en un campo de fútbol, y yo solo pensaba en que quería trabajar de mi profesión. Al final, después de un premio, hay que seguir trabajando”.

“Nunca ningún actor esperó que lo llamaran”, explica Cristina Rota, profesora desde hace 40 años en la escuela que lleva su nombre. Es el camino que también tomó Aldeguer cuando hace tres años montó Bella Batalla: “para trabajar en cosas que siento que me tocan el alma”. Todas las piruetas que ha dado trabajando como doblador y como músico han sido “por la necesidad de creación artística pero también por la necesidad de puto comer”, explica el actor madrileño.

Los círculos del teatro madrileño no sólo se forman en las escuelas de la capital, también en las de provincias. Tanto Sicilia, de Coruña, como Del Toro, de la Escuela Superior de Arte Dramático de Granada, tienen un grupo de Whatsapp donde se intercambian audiciones, convocatorios o habitaciones libres para alquilar con sus compatriotas y compañeros de profesión. Méndez tiene el grupo, pero también tiene el bar: María Pandora, en Las Vistillas, donde se reúnen los actores valencianos para compartir penurias y consejos alrededor del camarero, el actor Jorge Silvestre.

Pero las amarguras son las mismas, vengan de donde vengan los actores: no conseguir vivir solo del teatro. “Sí que a veces pienso en dejarlo, volverme a Galicia y estudiar otra cosa”, reconoce Silicia. Si se le pregunta por su objetivo final, apunta alto: “Yo lo que quiero es la carrera y la cuenta bancaria de Penélope Cruz”, dice riendo. “Ser una chica Almódovar o una chica Sorogoyen… pero mi sueño de verdad es trabajar con Tarantino”, afirma.

Méndez, que actualmente trabaja en la ficción La patética historia del niño piña en cinco actos, en Nave 74, se ha mantenido como ayudante de dirección o animador en promociones, y sólo ha conseguido vivir de su profesión durante alguna temporada. Su idea del éxito no es ser conocido, sino la estabilidad económica. “En esta inestabilidad me vienen dudas de si valgo para esto, de si toda mi vida es mi profesión o es algo más. Y ahora estoy en un punto en el que me he comprado una camilla para dar masajes”, cuenta el actor valenciano.

 
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