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[Ignacio Vera]

La espada en la palabra

Tras el velo del radicalismo


Dicen que la frase «Las mujeres que han cambiado el mundo no han necesitado otra cosa que su inteligencia», atribuida a la Premio Nobel de Medicina Rita Levi-Montalcini, es en realidad un mito, que nunca fue escrita ni pronunciada. O que la sacaron de contexto (como usualmente ocurre con las frases rimbombantes de personajes que se cita sin ton ni son). No lo sé. Tendría que adentrarme más en su biografía para corroborarla. En todo caso, aunque no la hubiera dicho jamás, la ejemplar vida de la Nobel podría ratificar con creces aquella máxima. Certificarla a los cuatro vientos para todo el mundo. Su vida, junto con la de otras tantas mujeres modélicas, da ese mensaje de forma categórica.

Contrariamente a lo que los intelectuales de los siglos XIX y XX pensaban que sucedería, las corrientes conservadoras y ultraconservadoras de corte teísta en el mundo todavía se mantienen firmes (y no se ve que vayan a mermar pronto). Por otro lado, los progresismos recalcitrantes también suman cada vez más adeptos a sus filas. Ambos se combaten con una furia y un fanatismo análogos a los del nacionalismo del XX. En lo que ambos bandos coinciden muy bien es en dos cosas: 1) el desapego a la tolerancia y 2) la falta de espíritu crítico. En muchos sentidos, es como regresar a la tribu.

Estas corrientes están muy alimentadas por los gobiernos de corte populista e izquierdista en algunos casos. También, por la filosofía posmoderna. Dado que, tristemente, la mayor parte de la población del mundo no lee libros ni se informa adecuadamente, las falacias que esgrimen como bandera de lucha caen como verdad incuestionable ante la mirada de los adeptos que dicen encarnar las justas reivindicaciones del porvenir. Lo peligroso de estas tendencias es que se vuelven modas muy atractivas para los jóvenes, y entonces los nuevos militantes de sus filas a veces —aunque me atrevería a decir que la mayoría de las veces— lo son por puro esnobismo.

Me pica la curiosidad saber si las feministas leyeron teoría feminista y, además, si piensan que sus postulados son aplicables a la realidad social. O si los ambientalistas apasionados saben lo que son la ecología y el medioambiente desde perspectivas científicas. O si los animalistas están conscientes de lo que racional y jurídicamente significaría que un perrito o un canario puedan ser sujetos de derecho. O si los izquierdistas leyeron marxismo.

Como dijo Mario Vargas Llosa, los tiempos presentes corresponden a la “civilización del espectáculo”. Este espectáculo de corrientes posmodernas, y muy radical en sus postulados, conlleva formas y fondos arcaicos que reproducen —menuda paradoja— los fondos y las formas de los sectores sociales que ellos dicen combatir. El espíritu democrático y de debate no está en casa.

María Galindo es una de las personas que promueven estos actos; por ello aprovecho este artículo para desafiarla a un debate sociológico en torno a estos asuntos, tristemente dejados de lado por los políticos bolivianos, o por timoratos —no se enfrentan a lo políticamente correcto—, o por carentes de pensamiento crítico.

Nadie medianamente racional y moderado estará en contra de la igualdad de géneros. Ni contra el cariño que el ser humano pueda prodigar a los animalitos. Ni contra el sumo cuidado que debemos tener con el medioambiente. Pero de ahí a exigir leyes que, atentando contra la doctrina jurídica más profunda —que es inmutable—, relativicen esta ciencia («Toda ley debe ser fruto de la voluntad popular, pero no toda voluntad popular debe terminar siendo ley». Montesquieu), o a destruir el patrimonio artístico, que para muchos es valioso no precisamente por su concepto sino por su forma, hay un trecho muy largo. Y temo que aquellas acciones no contribuyen a la civilización ni a conseguir lo que demandan.

Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.

Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender
la libertad y la justicia.
Reinició sus ediciones el primero de septiembre de 1971.

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