Qué hay detrás del caso Yapacaní

Al terminar el año pasado, políticos optimistas aseguraron que el nuevo año sería más tranquilo y retornaría un ambiente de orden social, más aún porque el Estado está gozando de grandes ingresos, anuncia inmensos progresos industriales, ofrece alucinantes programas y, en particular, indica que la soberanía alimentaria está garantizada y, al mismo tiempo, afirma que la seguridad ciudadana ha superado todos los peligros.

Sin embargo, ese optimismo ha sido desmentido por los hechos, pues desde los primeros días del nuevo año, el país ha sido espectador de grandes disturbios, como el ocurrido en Yapacaní, con saldo de varios muertos y decenas de heridos y una serie de actos de violencia, pese a que las autoridades pusieron en el lugar 700 efectivos policiales para garantizar en el poder político del lugar a un alcalde oficialista, repudiado por su pueblo.

El suceso de Yapacaní se suma a los dolorosos enfrentamientos de la mina Huanuni, el choque armado de Caranavi, la masacre de Chaparina y otros varios que han enlutado al país y lo muestran como escenario del caos y la anarquía, hechos que no pueden dejar pasar desapercibidos los países vecinos y ni qué decir de los sobrecogidos habitantes del país.

La reciente explosión de violencia en Yapacaní constituye otra demostración palpable de que el país se encuentra en estado de zozobra, pues por donde se vea se observa choques entre regiones, pueblos, provincias, departamentos y fracciones sociales. Ese estado de convulsión general llegó a su máximo nivel en Yapacaní, donde el choque se ha producido entre elementos del mismo partido gobernante, aunque para dorar la píldora, los voceros del régimen acudan a la mendacidad de echar la culpa de ese embrollo nada menos que “a la derecha”, al “capitalismo”, “al imperio” y otros personajes que, más bien, se limitan a ver de palco la situación y encontrar fácilmente que el único organismo que trata de desestabilizar al Gobierno es el mismo Gobierno.

Pero, en torno al choque entre fracciones “masistas” en Yapacaní, lo que hay que preguntarse es cuáles son las causas de fondo del asunto, ya que no sólo se trató de la remoción de un Alcalde, ni mucho menos. Con un poco de lógica política se constata que se trató de la lucha por el poder entre grupos con oscuros intereses económicos. En Yapacaní ha existido detrás de las dos fuerzas en pugna, una “mano negra” (que más bien podría decirse que era una “mano blanca”) y es ella la que, tratando de tomar todo el poder en las manos acudió a la agitación.

Los hechos de sangre en esa región oriental no se produjeron por origen divino ni cósmico. Fueron producto de lucha de intereses subterráneos en una región donde se extienden los cultivos de la hoja de coca, donde la industria de la droga se ha difundido a nivel familiar, donde se encuentran grandes fábricas de estupefacientes, donde las fuerzas antidroga ya no tienen presencia, etc. Ello ha determinado que las poderosas fuerzas subterráneas (inclusive extranjeras) se propongan controlar políticamente, mediante la toma del poder, toda la región, para así garantizar el libre desarrollo de sus actividades ilícitas, mientras el aparato estatal mira la situación con indiferencia, o bien trata de cubrir su ineficiencia achacando lo ocurrido a la “derecha”, la “oposición” y otras lindezas.