Lecturas interesantes sobre Zen



“Desde hace poco conozco una profunda quietud. Mi espíritu no se inquieta por nada del mundo. La brisa que viene del bosque de pinos. Hace volar mi bufanda. La luna de la montaña brilla sobre el arpa. ¿Me preguntáis la razón del éxito o fracaso? La canción del pescador se hunde en el río”, escribía WangWei.

“Los ánades no pretenden dejar su reflejo, ni el agua piensa recibir su imagen”.

Una de las más ricas aportaciones de Oriente a la sabiduría universal es el Zendo, el Camino del Zen. Educa para estar plenamente en lo que se hace:

“Pasar el río sin mojarse los pies significa hacer las cosas sin ser prisionero de ellas”, aconseja Liang Chieh. Es una manera de ver el mundo y de vivir estando aquí y ahora, trascendiendo la propia personalidad y las ataduras del ego, como se apaga una luz para mirar a través de los cristales.

Se originó en China, hacia el siglo VI, al encuentro del budismo Mahayana, originario de India, con el Taoísmo. Se tradujeron las obras budistas al chino, su implantación duró unos tres siglos y dio lugar al Ch’ang que corresponde al concepto sánscrito de dyhana, contemplación. Los signos chinos para nombrarlo significan “a solas con el Cielo”.

Siglos más tarde, al llegar a Japón con el patriarca Dogen, los mismos signos o kanyis se pronunciarán Zen. Después de años de peregrinar por monasterios de China, practicando el Zen, resumió lo que había aprendido “Los ojos son horizontales, la nariz es recta”.

El Zen no es ni una religión ni una filosofía, es una actitud existencial de concentración en lo que está pasando, y de asombro ante las cosas corrientes de la vida. Por medio de la meditación, con la postura correcta y la respiración adecuada, se alcanza la experiencia del despertar, o satori. Sin pensar en nada, dejando circular los pensamientos “como las nubes que acarician la montaña”. Sin acogerlos ni rechazarlos, dejarlos ir. El satori es la percepción inmediata de la realidad, que ilumina la naturaleza de las cosas y supera todo dualismo. Es la realización de la visión advaita, no dualista aportada por India.

Todas las cosas son unidad “empty oneness”, unidad vacía.

La meditación ni cierra ni atrofia los sentidos sino que los agudiza y hace más sutiles y delicados. Pero, una vez más, el que sabe no habla, el que habla no sabe.

“Espacio abierto, nada de sagrado”, respondió Bodhidarma al emperador a quien censuró por buscar el mérito de las acciones.

J. C. Gª Fajardo

fajardoccs@solidarios.org.es

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