[Armando Mariaca]

¡Cuánto duele Bolivia…!


Don Miguel de Unamuno, en un momento de la guerra civil española (1936-39), al ver las desgracias que producían los enfrentamientos entre hermanos de un mismo país, dijo: “Me duele España…”. La frase mostró el dolor y la amargura que sentía e, impotente, vio cómo se desangraba un país que no merecía las rivalidades de posiciones políticas antagónicas. Parafraseándolo, bien podemos decir los bolivianos: ¡Cuánto duele Bolivia…!

Dolores de todo tipo lastiman lo más profundo del sentir de quienes aman a este país y buscan, por generaciones, mejores condiciones de vida; anhelan que quienes lo gobiernen actúen con altura, decencia, honestidad y responsabilidad. Bolivia, un pueblo pleno de esperanzas que se ven frustradas permanentemente, porque nunca fue posible conseguir que haya conciencia de país y vocación de servicio ni en gobernantes ni en muchos estratos de la población.

Duele Bolivia y ese dolor llega a sangrar porque las rogativas del pueblo no pueden ser escuchadas por quienes poseen poderes políticos, sociales y económicos para remediar los muchos problemas que aquejan a la madre común que no puede ver restañadas sus heridas porque la demagogia, el populismo, los intereses creados, las ambiciones de más poder y el incumplimiento de la Constitución y las leyes son determinantes para que no haya posibilidad de remediar males que contribuyen a mayor pobreza y consiguiente sufrimiento de la población.

Desde la fundación de la misma República en que hoy vivimos y que, tan sólo por caprichos o absurdos de la política partidista, hoy se denomina “Estado plurinacional” (como si todos los países o estados del mundo no estuvieran conformados por infinidad de clases, costumbres, religiones, tradiciones, razas y otras características que diferencian a los pueblos y que los hacen plurinacionales), con la peregrina idea de que cambiando nombre o negando lo que somos, una República, lograremos superar nuestros complejos, diferencias, condiciones económicas, sociales y culturales que han sido logradas de diferentes modos o formas.

En los últimos seis años de la República de Bolivia -enero de 2006 a julio de 2012- ¿qué hemos conseguido que nos paragone con países que han vencido una buena parte de su condición de pobres y subdesarrollados? ¿Cuánto hemos avanzado en la industrialización, en la conformación de empresas y estratos económico-tecnológicos que exploten nuestras múltiples materias primas e industrializadas, las coloque en los mercados de consumo? ¿Cuántas fuentes de producción se han cerrado y cuánto se ha prohibido en nombre de ideas peregrinas de socialismos radicales que sólo conducen a la derrota del pueblo? ¿Cuánto hemos logrado aprovechando los altos precios internacionales de materias primas y, en vez de ello, hemos suprimido fuentes de producción e impedido inversiones propias y extranjeras?

Las preguntas, en medio del dolor, fluyen porque no cabe en la mentalidad boliviana que se haya hecho tanto mal en tan poco tiempo y surge una nueva pregunta que, en los hechos, se hace carne y sangre de amargura: ¿Cuánto transcurrirá, en tiempo y costos, el recuperar mínimamente lo perdido, lo despreciado porque “el capitalismo tiene la culpa”, siendo capitalistas como somos? ¿Cuánto nos han perjudicado el “imperialismo y sus aliados” tan sólo porque se cree que se nos impide ser como son los suizos? ¿Cuánto se pasa por los canales del olvido y los aires de conveniencia el que no estemos sojuzgados y dominados por el imperialismo llamado comunismo o URSS o Cuba o Corea del Norte? Hay preguntas que, en su obnubilación y complejos, quienes deberían tener las respuestas, no las dan y el país continúa sangrando y doliéndose por el abandono.

Llegamos, en tres días -6 de agosto- a otro aniversario de la independencia de nuestra República de Bolivia, la Patria que nos duele hasta las fibras más íntimas y que laceran el alma frustrando esperanzas y masticando ilusiones porque, como se anuncian los hechos futuros, seguirá el malgasto del dinero que se tiene y que, en buena parte es debido a precios internacionales de las materias primas y en ningún momento a esfuerzos que hayamos desplegado en producir más, en exportar, en mejorar la vida de los bolivianos y, menos en las posibilidades de inversiones y creación de riqueza que generen empleo y consigan, a su vez, la tranquilidad económica que requiere cada uno de los habitantes de este país.

El dolor que sentimos, la forma en que soportamos las desgracias no deben periclitar y ahondar, en el corazón y los sentimientos de que no puede haber más dolor que el que se siente por la madre que llora; nuestro deber es buscar que se despierten conciencias y, finalmente, se administre, se invierta, se produzca, se comprenda que el país no es propiedad de grupos minoritarios y que es de las generaciones pasadas, presentes y futuras. La Patria boliviana merece el amor y la entrega de todos sus hijos; no actuar bajo ese principio es adentrarse en el miso pozo de indiferencia e intereses creados en que están los que tienen al país como medio y no como fin.

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