[Juan León]

Menudencias

La formidable memoria de Olvidados


El cine es, por su combinación de lenguajes, una de las herramientas más contundentes para transmitir información y conocimiento. Su impacto depende, por supuesto, de la manera en que el receptor decodifica el mensaje del emisor, pues cada persona lo hace según sus propios intereses, capacidades y afinidades. Esa es finalmente la mayor virtud del cine. Al fin y al cabo, dice el refrán, todo depende del cristal con el que se mira.

De ese factor, enteramente subjetivo, depende que una película guste o no. Para quienes se consideran expertos, pueden ser excelentes o malas según las cualidades técnicas, el guión o su edición, el desempeño de sus actores, incluso el carisma personal y la capacidad profesional de ellos. La calificación, en todo caso, será siempre subjetiva, por muy profesional que se pretenda considerar la crítica.

Desde la óptica del simple espectador, ajeno a esas exigencias, creo que el valor de una película depende del mensaje que le transmite al espectador. Vista de esa manera, “Olvidados” me parece formidable porque por encima de sus cualidades técnicas y aunque por su argumento se la pueda catalogar histórica, es una buena Memoria de nuestra actualidad política. Aunque no entiendo por qué lleva un nombre similar al de la película de 1950 de Luis Buñuel.

La película nacional aparece 32 años después de recuperarse la democracia en Bolivia. Es la primera que toca un período nefasto de nuestra historia. Una etapa ajena a la mayoría de los personajes de la vida política, económica y social de hoy. Quienes dirigen al país eran entonces estudiantes o conscriptos. Sus pares de hoy no habían nacido todavía. Mucha de la gente que sufrió en carne propia las dictaduras

está ya pasando la página.

Por la sola cuestión generacional, la mayoría desconoce los oprobios de las dictaduras militares que asolaron nuestros países. El Plan Cóndor suena a un inocente plan de integración regional. Sobre todo porque pese al repliegue obligado de los militares a sus cuarteles, el interés de la coyuntura política les lava la cara con la encomienda de entregar en nombre del Gobierno un bono social en el campo.

Y se les cambia consigna. Pero el cambio obligado choca de frontón con la conducta cuartelaría. Cuando el añejo “subordinación y constancia” es historia y al amparo del Patria o Muerte los sargentos pretenden “descolonizar” a su institución y trato igualitario para todos, el obedecer sin chistar se sigue imponiendo. Y ahí están, en el calabozo, los dirigentes de suboficiales díscolos.

Pero más que eso, ahí está como botón de muestra fresca la

violación de dos muchachas premilitares (una de ellas asesinada) por militares del regimiento Ayacucho, en Achacachi. El año pasado le ocurrió lo mismo a una enfermera, en pleno Estado Mayor. Algún general dijo que se hace “todo lo posible” para evitar esos hechos, que “son

aislados”, pero que “en cada gestión probablemente surjan”.

Olvidados refleja, en los abusos que sufre el personaje de Carla Ortiz y en las torturas a sus compañeros esa conducta. El lenguaje procaz, las amenazas, los insultos, el chantaje con violar a la madre de uno de los presos políticos para obligarlo a delatar a sus compañeros se asimila a la forma de quienes atropellaron todos los derechos de las muchachas en Achacachi. Y la conducta de aquellos otros de la fuerza naval que “chocolatearon” a decenas de estudiantes

premilitares en el lago Titicaca, hasta enviar a algunos al hospital, a título de imponerles disciplina.

Olvidados muestra una cultura de fuerza, abuso y atropello que persiste. Y de paso también una subordinación y tendencia a acatar órdenes ajenas. En la película, el “coronel Mendieta” es subordinado de un oficial argentino de mano dura. Tan dura, que termina con un tiro en la espalda. Durante el golpe de “los luchos” (García Meza y Arce Gómez), militares argentinos gritaban las órdenes y apaleaban “a los zurdos” de cualquier color o tendencia en las caballerizas del Estado Mayor de Miraflores. Más cerca en el tiempo, venezolanos y cubanos tomaron la posta. No importa el cuándo, son siempre, la misma casta.

La película refleja también la misma indolencia de quienes frente a esa realidad cierran un ojo porque suponen que las bayonetas garantizan estabilidad y lealtad política cuando gritan la misma consigna. El lapidario “cómo me divertí con éste” que pronuncia el funcionario de migración que masca coca sin parar en referencia al hijo recién llegado del “general Mendieta” es suficientemente emblemático.

El hijo que le robó el coronel a la mujer que interpreta Carla

Ortiz encuentra finalmente a su madre, en el ostracismo de una casa del campo. En la historia actual, los parientes de Marcelo Quiroga y los dos dirigentes asesinados durante el último golpe militar no encuentran aún los cuerpos de las víctimas.

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