El ingeniero descalzo

Es el título sobre un relato biográfico enfocado en las obras que hizo ese extraordinario boliviano: Alfonso Gumucio Reyes, un constructor, en gran medida, de la Bolivia del presente, escrita por un destacado intelectual y escritor, su hijo, Alfonso Gumucio Dagrón. ¡Qué mejor homenaje que ese!, que el hijo conserve la biblioteca del visionario y recuerde con enorme afecto al gran arquitecto del desarrollo nacional. (Editorial Plural, 2014).

Me referiré tan sólo a dos experiencias personales a lo largo de mi vida profesional, en relación con don Alfonso Gumucio Reyes y digo don, por el enorme respeto que me inspiró a tiempo de conocerlo.

La primera experiencia estuvo relacionada de manera indirecta al haber trabajado a partir de 1961 en esa extraordinaria empresa pública nacional: la Corporación Boliviana de Fomento (CBF), una institución fundada para ejecutar los proyectos dirigidos a cambiar el patrón de desarrollo de Bolivia, cuya base inicial la sugirió la Misión norteamericana Bohan. La CBF fue fundada en 1942 durante la presidencia de Enrique Peñaranda. Pero el gran impulso y su rol a favor del desarrollo nacional fue obra del primer gobierno del MNR, a la cabeza de Víctor Paz Estenssoro (VPE).

La definición que VPE hizo del papel del “flaco” Gumucio en palabras de don Víctor al hijo de nuestro personaje: “Bolivia le debe al Flaco Gumucio más que a nadie”; “tu padre fue el autor del desarrollo del norte de Santa Cruz, de Alto Beni, el oriente del país; es difícil decir cuál fue su mayor obra, pues lo que destaca es su concepción integral del desarrollo”. Añadiendo luego: “Todo lo que es Santa Cruz se lo debe a él”. Mientras asignábamos dos o tres millones de dólares para potenciar YPFB, imagínese, el Flaco exigía 40 millones para concluir la carretera Cochabamba-Santa Cruz e iniciar la vertebración caminera y el desarrollo cruceño. Era un autodidacta, pero hablaba de igual a igual con los ingenieros, les observaba hasta los cálculos para soportar un puente. Era un peligro, un loco: proponía, hacía proyectos, conseguía el financiamiento externo y ejecutaba el plan. No se podía hablar de un proyecto grande o chico delante de él; a las semanas ya estaba con el estudio final” (entrevista con Eduardo Ascarrunz).

Mi primera experiencia fue la suerte de haber trabajado con la institución modelo y clave en esos años, con la CBF, tuve oportunidad de aportar con el diseño y ejecución de la primera etapa del programa de colonización del área 1 del Alto Beni, posteriormente se aprobó con financiamiento BID el Programa CBF-BID para las áreas de Alto Beni (área 2), Chimoré y Yapacaní. Posteriormente ya, como Director del Instituto Nacional de Colonización contribuí con la elaboración y ejecución en su primera etapa, del proyecto San Julián en Santa Cruz.

Mi segundo contacto con las iniciativas de don Alfonso fue cuando me invitó personalmente a ser contraparte en los estudios del proyecto de riego Ulloma, para el altiplano central, los cuales se contrató con un financiamiento otorgado por la CAF de US$ 320.000 el año 1975, la empresa encargada de los estudios fue Electroconsult de Italia. Este era el segundo estudio ya que el proyecto fue estudiado y concebido unas décadas atrás por la Misión Mexicana que vino a Bolivia a apoyar la Reforma Agraria del 52.

La invitación que me hizo don Alfonso fue con su estilo persuasivo: “Hernán, sé que usted es un profesional calificado en este campo, no puede ofrecerle un salario como el que usted se merece, pero sé que aportará positivamente al proyecto”.

En este centenario que recuerda el nacimiento de este hombre extraordinario, falta algo, un homenaje por parte de Santa Cruz, departamento que fue el principal beneficiario de su gran visión y obra.